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domingo, 26 de mayo de 2024

Una joya oculta.

 La mujer de paja (1964) me alegra la tarde


Gina Lollobrigida, Sean Connery y Ralph Richardson conforman un triángulo equilatero de dramaturgia casi perfecta

 





Tengo la edad que tengo, es decir, la edad con la que Sean Connery intervino en Indiana Jones y la última cruzada o la edad con la que la Gina se refugiaba en la TV norteamericana en una producción titulada El engaño. Y ahora me siento más dispuesto a rebuscar entre los catálogos virtuales de las plataformas (antes se llamaban videoclubes y tenías que salir de casa) en busca del cine de antaño que de la modernez. Los catálogos estos se asemejan también a los mercadillos, pues entre tanto producto que daña el ojo, puedes encontrar la ganga, un Ecce Homo de Caravaggio del que nadie había prestado atención en casa, pues ya no se sabía de qué familiar provenía.

Al grano, La mujer de paja (juro que el título no lo he puesto yo, en inglés suena mejor, Woman of Straw) es de esas joyitas gangas que rebuscando entre las bragas y demás prendas de lencería barata y kitsch te alegran el corazón y una tarde que, si no fuera por ella, me habría ido al bar Stop a emborracharme un poco.

Si me aprecian, y aprecian mi (buen) gusto cinéfilo, les recomiendo que inviertan 117 minutos de sus vidas en verla. Y luego me lo agradecerán. Está en Filmin, entre morralla varia. Y lo más curioso de todo es que hasta la fecha, y ya peino canas en el poco felpudo capilar que luzco, no he oído a nadie hablar de ella. Ni a Garci, que ya es decir.

De los triángulos en el cine, tenemos muchos y variados: Casablanca, El cartero siempre llama dos veces, Encadenados, Breve encentro, La condesa descalza o Memorias de África son algunos títulos que se me ocurren a bote pronto y bien conocidos. Es una fórmula que ha dado obras sobresalientes. De la que les hablo tiene una característica que no es frecuente, y es que los tres vértices del triángulo dramatúrgico tienen la misma importancia. De ahí lo de equilátero del subtítulo. Y ninguno de los tres personajes nos es al principio atractivo moralmente.

Para empezar con el casting, ¿no les parece un tanto peculiar juntar a la italiana con el escocés y con un actor inglés? Pues cada vez que triangulan la cosa funciona pero que muy bien. Nos falta el contexto para entender mi extrañeza en este reparto. 
 
El bueno de Connery venía de ser elegido, tras una dura elección organizada por el Daily Express, para su papel de James Bond en Agente 007 contra el Dr. No (1962) y que confirmaría con Desde Rusia con amor (1963). Era un don nadie hasta entonces. Dispuesto a no dejarse encasillar, y aprovechando el meteórico ascenso de su cotización a raíz del agente inglés, Connery intervino en 1964 en dos películas con distintos resultados en taquilla: Marnie de Hitchcock, con éxito, y La mujer de paja, que fue de escaso interés y de  poca rentabilidad en taquilla. Su papel de un ocioso y  codicioso sobrino de un multimillonario, dispuesto a cualquier cosa con tal de heredar la fortuna de su pariente, no logró alcanzar ni por asombro el éxito de Bond.

La actriz italiana venía de una carrera internacional que comenzó con otro triángulo notable, Trapecio (1956) de Carol Reed y que poco a poco se iría diluyendo en películas menos memorables en Hollywood. De ahí que volviera a Italia para un mediocre filme histórico y otro que era un mero vehículo erótico. Gina contaba con 37 años pero su belleza y talento no se había mermado como lo demuestra el proyecto británico del que les hablo. Su personaje de María, una enfermera que irá a atender a un rico británico en silla de ruedas y con tanta mala salud como mal genio, muestra que revisando su filmografía es uno de sus trabajos más destacados.

Ralph Richarson es un actor que más les costará ponerle cara. Sin embargo, ha trabajado con reputados directores como David Lean, Sidney Lumet, Rudolph Maté u Otto Preminger por poner tan sólo algunos ejemplos. Está magnífico en su papel de despótico y racista magnate inglés que trata a los criados negros como a perros y a sus perros mejor que a los criados. Los primeros quince minutos describen al personaje como hacía tiempo que no lo había visto hacer.
 
Y qué decir del director, Basil Dearden, un inglés que falleció a los 60 años y que tiene una prolífica filmografía de 41 películas. Sabe lo que es una puesta en escena, dónde colocar la cámara y cuándo moverla, cómo dirigir a los actores (compruébenlo en el momento, por ejemplo, de presentar a la enfermera), cómo iluminar y para qué darle esa luz a la escena (Otto Heller es el director de fotografía), el montaje hace que nada falte y nada sobre y, ante todo, entretiene sin desfallecer. Un director del que habrá que ver si esta obra fue un milagro ocasional o tiene más gangas por descubrir.

No quisiera dejar de mencionar el uso de la música clásica durante la trama. Fragmentos de Berlioz, de Beethoven -a los que se aluden en el guion-, de Mozart o de Rimsky-Korsakov acompañan a la historia de tal modo que parece un trabajo de orfebrería musical de lo bien engarzados que están esos fragmentos musicales. 

Lo dicho. Me voy a celebrarlo al bar Stop. Si me  emborracho será al menos de alegría, la que me ha dado La mujer de paja de Basil Dearden. Ese tipo de cine que no se hace ya ni que se programaría hoy en los festivales del mundo. Seguiré rebuscando entre bragas en el mercadillo.



 

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