EL CÓDIGO DE LA MORALIDAD
Hace días observé en la pantalla publicitaria del andén del metro un
anuncio que decía: “Le das a tu hijo un móvil y ya…” Como toda buena frase
publicitaria, decía más de lo que literalmente afirmaba. Así que en esos puntos suspensivos estaba lo que en tu mente
debería surgir: puede enviar fotos comprometidas, compartir información
privada, hablar con desconocidos. ¡Riesgo!
Se dice que nada más nacer el cine,
la moralidad estuvo en peligro en la pantalla. Así lo puso de manifiesto la
película de Edison The Kiss de 1896 que escandalizó a los puritanos porque se veía
a dos personas dándose un beso… ¡y tan sólo duraba un minuto el corto!
La llegada del sonido hizo que la amenaza en la degradación moral de la sociedad americana aumentase con la palabra. Curiosamente, antes de que la autoridad gubernamental metiera mano, fue la propia industria cinematográfica quien intentó regular lo que era decente y lo que no. Por ello surgió la Motion Picture Producer and Distributors of America cuyo objetivo era que las normas morales y artísticas del cine fueran lo más “elevadas” posibles, además de educativas.
Dicha asociación invitó a William Harrison Hays, que había sido director
general de Correos, al frente de la industria para darle el decoro que parte de
la sociedad pedía.
En 1927 surgió el famoso Código Hays con una serie de normas que toda
película que se quisiera exhibir habría de cumplir. Crímenes, vulgaridad,
blasfemia, sexualidad, bailes, vestuario, decorados… deberían verse sometidos a
este código so pena de cortes o dificultades en la distribución.
Así descubrí que las parejas casadas dormían generalmente en camas separadas.
Si aparecía la cama de matrimonio, no se permitía bajo ningún concepto mostrar
a la pareja en la cama al mismo tiempo. Los personajes, a pesar de que se
quisieran, mostraban recato en su muestra de pasión pues “no se mostrarán besos
ni abrazos de lascivia excesiva, de poses o gestos sugestivos”. Me preguntaba a menudo, ¿por qué se besan sin lengua o por qué duran tan poco?
¿Y qué decir de las películas en que sucedía algún crimen? De joven siempre tuve la sensación de que en la vida no había escapatoria para los que hacían el mal, pues en la escuela de la vida que para tantos era el cine rodado desde los treinta hasta principios de los sesenta, “la simpatía del público no se dirigirá hacia aquellos que la violentan”. Esto significaba que siempre acabasen muriendo, fuesen detenidos y ajusticiados y que nunca pudieran evadirse del peso de la ley. La ley siempre se me figuraba como un señor obeso encima de uno.
De todas formas, el código Hays tardó unos años en aplicarse a rajatabla.
De ahí que de 1929 a 1934 se rodaron en Hollywood una serie de películas en las
que ocurría lo que pasaba en la vida real: el adulterio no era castigado, los
delincuentes se mostraban como héroes o las prostitutas no eran simples mujeres
descarriadas.
EL CINE AMERICANO DE 1929 A 1934 EN UN LIBRO
Estas películas se desmenuzan en un libro que acaba de editarse titulado Hollywood antes de la censura: las películas pre-code escrito por Guillermo Balmori. En cada una de ellas se detalla aspectos que después de julio de 1934 no se volverían a ver en una pantalla de cine hasta que el Código Hays dejó de aplicarse a mediados de los sesenta.
Debo agradecer a Hays al menos que en aquellas películas rodadas bajo dicho
código, cuando alguien era intervenido por herida o enfermedad ninguna aguja o
bisturí se mostrase penetrando en la piel, pues estaba prohibido. Un poco de Hays no le habría venido mal a Buñuel, pues todavía tengo
en la retina el ojo rasgado por una cuchilla que aparece en la película Un
perro andaluz (1929). La censura todavía no se aplicaba por estos pagos.