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domingo, 2 de junio de 2024

El crítico al que (casi) nadie lee y al que (casi) todos ponen verde

 

«No sé si me explico», editado por Espasa, la última gran (auto)crítica de Carlos Boyero


El crítico de cine más famoso hace un repaso a su vida a los 70 años.







Al fondo del bar Stop de Astrabudua hay un pequeño reservado. Nada, son cuatro o seis mesitas donde se sirve comida o cena ligera. Y en ocasiones alguna timba de mus o de póquer. Supongo que la dueña querría incrementar el negocio aprovechando el espacio de ese cuartito reducido. Las paredes están adornadas con carteles de cine y algunas bandas famosas de música. No sé de quién fue la idea pero era algo corriente en los 80 y ahí permanecen como si el tiempo quedase congelado en esas paredes.
 
Allí estaba yo el pasado miércoles con Harry Lime, mi amigo. Como comprenderán, Lime es un apodo, referencia a un personaje fascinante en la historia del cine que aparecía en El tercer hombre (1949). No sé si fue por la época universitaria cuando le bauticé así, o poco más tarde, al darme cuenta de que mis encuentros con él duraban lo mismo que los del personaje-escritor Holly Martins (Joseph Cotten) con Lime (Orson Welles) en la película: un suspiro.

No era fácil quedar con él. Hacía tiempo que no nos veíamos, así que solicité a Cecilia, la dueña, que nos trajera la comida del día para poder alargar el encuentro.

—Al menos aquí no tengo que leer el menú —le dije—, y encontrarme con linguini fra diávolo con mejillones de Bouchot o melón y piña ostomizados en PX y helado de pomelo rosa, como leí el otro día en un restaurante. ¡Coño, que he venido a comer, no a hacer un máster de gastronomía!

 Harry Lime me mira y sonríe. Parco en palabras, hay que sacárselas con abrelatas. Y pregunta:

—¿Qué me cuentas? —Y añade—: ¿Has leído o visto algo interesante?
—El otro día estuve hojeando un libro de Carlos Boyero.
—Ah, el crítico de cine.
—El mismo. 
 
Le recuerdo el día en que Harry Lime se le acercó tras pasar el puente de la Zurriola en el Zinemaldia y le preguntó algo referente a una película que acabábamos de ver.
 
—Era una peli que me había gustado, —rememora—. No recuerdo el título, y le pregunté qué le había parecido. ¡Qué decepción al oírle decir que se había dormido! Siempre se duerme con el cine oriental. 
—Pero tuvo la amabilidad de volver a llamarte tras la respuesta.
—Sí, me dijo que había tenido una "mala noche", así justificó lo de la dormidera en el Kursaal. ¿Cómo se puede hacer una crítica habiéndote dormido?
—Ya. No he comprado el libro, pero lo abrí al azar y me topé con el capítulo "Códigos sagrados. La amistad". Dice que mantiene un grupo de amigos desde hace cincuenta años, que eso quiere decir algo, que ha tenido suerte por ello. Es lo único que le queda, pues vive solo desde hace mucho tiempo. No tiene pareja ni cree que vaya a tenerla nunca. Dice que su estado de ánimo frecuenta la oscuridad y la depresión íntima. Le entiendo porque bastantes de las personas más cercanas ya no están, murieron o se separaron de él.

El ambiente del almuerzo empieza a teñirse de cierta tristeza, tan sólo interrumpida por Cecilia, que trae dos platos de pasta con verduras, agua para él y vino para mí.

—Siempre le vimos solo en el Zinemaldia —añade la frase tras probar el plato.
—Lo explica en el libro. Boyero huye de la gente que quiere ser su amigo, pues es un coñazo, le parece algo falso. El coñazo es uno de los géneros más temibles que existen para él, una de las especies más lamentables. Hay que defenderse de ella con armas de fuego si es preciso. 
—Eso pasa por ser un crítico famoso. A ti no te pasa.
—Confiesa que prefiere tener fama de odioso que de tío educado. La mayoría del personal no le interesa lo más mínimo y puede ser muy borde para espantarlos.
—¡Pues conmigo no lo fue! —sonríe mientras acaba el plato.
—No, contigo no. Nunca le dirigí la palabra en todos estos años en el Zinemaldia, incluso cuando estábamos en la sala de redacción. Le observaba con cierta admiración, era consciente de su dificultad con el ordenador, con la impresora, con toda la tecnología del siglo XXI. Igual que Carlos Pumares, que le tenían que escribir en el pecé sus artículos breves mientras los dictaba con su tono hitleriano.
 
Cecilia interrumpe gratamente con el postre: ¿melón, tarta de queso casera o yogur? Se lleva los platos con ese aire rítmico de operario de cadena de montaje.

—He leído que suele ir a Barcelona a visitar a sus amigos Oti Rodríguez y su mujer, María. ¿Te acuerdas de ella?
—Vagamente.
—María estudió con nosotros Periodismo. Lo curioso es que un día en el Teatro Principal de Donostia me la encontré y me presentó a su marido, que era Oti del ABC. Me quedé a cuadros.
—¿Por qué?
—Porque él le saca más de diez años.
 
Y sonrío. Y me sonríe.

—Dice que con ellos se siente "protegido, entretenido y querido". ¿Se puede pedir más a la amistad?
—Pues no —comenta lacónico y con rotundidad.
—¿Sabes con quién suele estar en Navidad y en verano en San Sebastián?
—¿Con quién?
—Con el bueno de José Luis Rebordinos, el director del Festival, ¡el bueno de Rebor se ha hecho amigo del que fuera el crítico más feroz! Si no puedes con tu enemigo, únete a él.

Volvemos a sonreírnos.
 
 

 
 
 
—Cantabria también aparece en el libro. Algún día tendríamos que ir a La Traina o a donde la Emilia a comer sardinas o bonito.
—¿Y por qué allí?
—Porque allí es donde podemos darle el coñazo a Boyero si nos topamos con él.

Y nos miramos, yo cara de travieso, Lime, sorprendido de la ocurrencia.

—En resumen, que lo único que le importa ya, lo que le endulza la existencia, son sus amigos: los directores Fernando Trueba y José Luis García Sánchez o el bueno de Antonio Resines.
 

Y el silencio tristón, o a mí me lo parece, vuelve a impregnar la mesa. Acabamos los postres y pedimos un cafelito. Harry Lime volverá a su trabajo. No le saco ni una palabra sobre su interesante actividad, aunque le pregunte. Como recordé que me dijo en cierta ocasión, vale más por lo que calla que por lo que habla. Así que llegamos al último tercio en metáfora taurina. Enfrente veo a un tipo que lee el periódico, y me recuerda algo:

—¿Sabes que Boyero sigue yendo a la SER los miércoles a hacer su crítica radiofónica con Francino?
—No, no le sigo. ¿No está jubilado?
—Sí, pero un periodista nunca se retira aunque se jubile. Además, comenta que la angustia desaparece ese día y el jueves.
—¿El jueves?
—Sí, el día en que va a la redacción de El País y queda con su "familia" para ir a comer al Gastro, aunque el nombre es más sofisticado: Feedback Gastrobar.

Y sonrío.
 
Agradecemos a Cecilia su menú casero y acompaño a Harry Lime al metro rumbo a Ibaigane. Nada más dejarle, me abordan las últimas palabras de Boyero del capítulo 15 que dice así:

"Los amigos. Junto con mi madre, lo más importante que tuve. Y lo más  importante que tengo. Lo único importante que me queda".

 

Bien podría ser el epitafio para el día en que me muera. Aunque pensándolo bien, una vez muerto ya no me quedarán ni los amigos. Y sonrío para mis adentros.

 

 
 



4 comentarios:

  1. Es que me encantan esos artículos de bareto

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  2. Lo he leído y me ha gustado mucho 😊

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  3. Sigue escribiendo Iñaki y transmitiendo tus impresiones sobre el cine y la vida a través de éste, porque, sin lugar a dudas, tienes la capacidad, el ingenio, la facilidad y soltura para convertir tus ideas y pensamientos en atractivos y sugerentes textos escritos.

    ¡Enhorabuena!

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  4. Me ha gustado mucho .En algo tan corto, la capacidad que tienes de tocar varios temas me asombra.Tus reflexiones sobre la amistad y la soledad son las que más me llegan.

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