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domingo, 16 de junio de 2024

Prohibido Smoke

Paul Auster, además de literato, también quiso probar a ser director de cine



 

El pasado 30 de abril de 2024 fallecía el escritor norteamericano Paul Auster. Cuando las bajas en esta guerra, que es la vida, empiezan a ser ingentes, ya no te afectan tanto: sólo quieres que la bomba no te caiga encima... o que te caiga cuanto antes. El ser humano es así: una copa, gusta; tres emborracha, con seis, empiezas a decir tonterías y a la décima empiezas a escuchar tonterías al beodo de tu médico de cabecera al oírle decir que tienes un problema con el alcohol.

¿Tendría que haberme afectado su muerte? Pues aunque no tuve trato directo con él, Auster ha estado en mi vida. Así que debería haberme provocado algo. Bueno, el hecho de que esté escribiendo sobre él de algún modo indica que su muerte ha provocado en mí una reacción. Más bien han aflorado en mí los recuerdos del neoyorquino que tengo de él. 

En primer lugar, he leído sus obras. Y no me acuerdo de nada. ¿De nada? "Nothing at all", que dirían los ingleses. Como tengo la (¿fea?) costumbre de subrayar los libros, pues ahí que voy en busca de algo que pueda ser interesante para este artículo. Ahora rememoro que leí "Un hombre en la oscuridad" en 2010. Lo sé a ciencia cierta porque tengo el hábito, tardío, de indicar la fecha de inicio de la lectura en el libro: 14 de febrero de 2010. Fue la prescripción de mi amigo Harry Lime al ver que yo pasaba por una depresión fruto de un ruptura sentimental: 

—Toma —me dijo—, te identificarás con uno de los personajes, Owen Brick, un joven mago que despierta en el fondo de un foso de paredes muy lisas y que no puede escalar. 

¿Así me veía? Intuyo que sí.

Por alguna razón que no recuerdo, la primera mitad del libro no está subrayada, salvo dos o tres apuntes. Y creo que fue retrospectivo, es decir, empezaría a leer el libro que me dejó Harry Lime y, luego, al comprármelo subrayaría aquellas partes ya leídas en el de mi propiedad. Un libro sin máculas de tinta es como una persona que no ha vivido. Las cicatrices de la vida en uno son los subrayados a un libro. Ahora que lo pienso, veo con claridad que también era una recomendación cinéfila, pues en el libro se mencionan cuatro películas, que, ¡cómo no!, están resaltadas a lápiz: La gran ilusión, Ladrón de bicicletas, El mundo de Apu y, más adelante, Cuentos de Tokio

Uno de los personajes de la novela, Katya, hace un reflexión interesante sobre lo importante que son los objetos inanimados como medio de expresar emociones humanas. Y rememora las primeras escenas de Ladrón de bicicletas. El protagonista, encarnado por un obrero llamado Lamberto Maggiorani sin experiencia actoral, encuentra trabajo en la Italia de la postguerra, pero para llevarlo a cabo necesita desempeñar su bicicleta. 

 

"Se va a casa sintiendo lástima de sí mismo. Y allí está su mujer, en la calle, cargando con dos pesados cubos de agua. Toda su pobreza, todos los esfuerzos de esa mujer y su familia están contenidos en esos cubos. El marido está tan enfrascado en sus propios problemas, que ni se molesta en ayudarla hasta que casi están dentro de la casa. E incluso entonces, sólo le coge un cubo, dejando que ella cargue con el otro. Todo lo que nos hace falta saber sobre su matrimonio se nos muestra en esos pocos segundos. Luego suben las escaleras hasta su piso, y a la mujer se le ocurre la idea de empeñar la ropa de cama para recuperar la bicicleta. Recuerda la violencia con que da una patada al cubo en la cocina, la agresividad con que abre el cajón de la mesa. Objetos inanimados, emociones humanas. Luego pasamos a la casa de empeños, que no es una casa, realmente, sino un sitio enorme, una especia de almacén de objetos superfluos. La mujer vende las sábanas, y seguidamente vemos a uno de los empleados que lleva el pequeño paquete a los estantes donde se depositan los artículos empeñados. Al principio, las estanterías no parecen muy altas, pero entonces la cámara retrocede, y mientras el empleado empieza a subir, vemos que se alargan hacia arriba cada vez más, hasta llegar al techo, y cada estante y casillero rebosa de paquetes idénticos al que ahora está guardando, y de pronto parece que todas las familias de Roma han vendido la ropa de cama, que toda la ciudad se encuentra en la misma situación de miseria que el protagonista y su mujer (...). En una sola toma se nos ofrece el retrato de toda una sociedad que vive al borde del desastre".

 

 


En aquel momento de lectura creía entrever las sábanas donde había yacido con mi ex junto a la de todo el vecindario de Roma. Y el hecho es que yo ya no podría desempeñarlas

La idea de concentrar emociones humanas en un objeto es fascinante. Emoción y objeto inanimado son antagónicos, pero cuando en el cine cargamos de emoción un objeto estamos ante un milagro. Recuerdo el plano del trineo de la infancia de Charles Foster Kane cuando va a ser pasto de las llamas como un ejemplo perfecto.


Auster y el cine

Auster quiso probar suerte en el cine, primero como guionista y luego como director. No la tuvo o, tal vez, no tuviera el talento suficiente para la escritura fílmica (tanto de guion como de dirección). En el rol de director, su trayectoria fue decreciendo en éxito: codirigió Blue in the face (1995) y emprendió en solitario Lulú on the Bridge (1998) y La vida interior de Martín Frost (2007). Esta última fue su epitafio prácticamente en el escarceo con el cine. Recuerdo que la presentó en el Zinemaldia en la Sección Oficial fuera de concurso. Auster había recibido el premio Príncipe de Asturias de las Letras el año anterior. Supongo que la organización del Festival de San Sebastián tendría bastante más fácil por entonces que Auster viniera con su película debajo del brazo ofreciéndole, además, la presidencia del jurado. Tal vez ningún otro festival la quisiera. Y pa Donostia. Algo muy habitual como sucede en el asunto del cortejo: si no me quieres tú, guapa, ya habrá otra (más fea). 

El ostión que se llevó en el pase de prensa y, supongo, la frialdad con que sería recibida por el público en el Kursaal hizo que la tensión en la rueda de prensa se cortara con cuchillo al percibir que La vida interior... había pinchado en hueso. A mí me produjo bochorno y aburrimiento el resultado. En la revista Dirigido por... señalaban que "para los que gustan del buen cine, sea del tipo que sea, apenas deja huella". Supongo que la decepción fue tal que ya no se puso detrás de una cámara de cine. Abandonó.

Por último, quiero rememorar otra ligazón con el escritor de Nueva Jersey, fruto de haber visto Smoke (1995) de Wayne Wang y cuyo guion era de Auster. En ella se cuenta la historia de Auggie Wren (Harvey Keitel) que regenta un estanco. Allí acuden numerosos clientes, algunos de los cuales le confían sus problemas. En un momento dado, Wren cuenta una interesante historia de cómo consiguió su cámara fotográfica y de por qué se decidió a elaborar su singular colección de fotografías. Un buen día, se la muestra a Paul Benjamin, escritor que atraviesa una crisis. Mientras Benjamin pasa el álbum de fotos le comenta:

—Son todas iguales.

—Así es. Más de cuatro mil fotografías del mismo sitio —responde el estanquero—. La esquina de la Tercera con la Séptima Avenida a las ocho de la mañana. Cuatro mil días seguidos con toda clase de clima. Por eso no me voy nunca de vacaciones. Tengo que estar todas las mañanas en mi sitio a la misma hora —añade.

—Nunca he visto nada parecido —responde Benjamin sorprendido.

—Es mi proyecto. Lo puedes llamar el trabajo de mi vida.

—Es increíble. ¿Qué fue lo que te dio la idea de hacer este... proyecto? —le pregunta curioso el escritor.

—No lo sé. Es mi esquina, donde suceden cosas como en cualquier otro sitio —le responde Wren.

El escritor sigue pasando páginas del álbum y cuando acaba, el estanquero le pasa otro más. Pasa las páginas deprisa.

—Nunca lo entenderás si no vas más despacio, amigo mío —le comenta Wren —. Apenas las miras.

—Pero... son todas iguales —replica Benjamin.

—Son todas iguales pero cada una es diferente de todas las demás. Tienes tus mañanas soleadas, tus mañanas oscuras. Tienes tu luz de verano y tu luz de otoño.

Y entonces dejamos de ver a los dos conversar en la cocina mientras fuman y pasamos a una serie de instantáneas fotográficas realizadas desde la esquina del estanco de Wren. Es el mismo angular y la misma posición de cámara. También el escenario de fondo, la esquina de una edificio de dos plantas de ladrillo, no cambia, así como la farola en el margen izquierdo. Un piano suena mientras vemos pasar un día, otro día y otro ante nuestros ojos: siempre iguales, siempre diferentes.

Los ojos de Benjamin recorren entonces más morosamente el contenido de las fotografías. Descubre de pronto que en una de ellas está su mujer, Ellen, que años atrás fue abatida en un tiroteo. Wren añade: 

—Sí, es ella. Está en unas cuantas de ese año.

La escena se cierra con la foto y la cámara aproximándose a Ellen con un paraguas en plano medio. 

Yo desde entonces cada vez que paso al lado de la señal de Stop que hay cerca de mi casa, de camino al trabajo, suelo hacer lo siguiente, pues es mi "esquina del estanco":

 

 
















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