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viernes, 28 de junio de 2024

Un cáncer de pene en forma humana

 «¡Nos vemos!... ¡Nos vemos!»

 


¡ATENCIÓN, NO LEAN ESTO SI NO HAN VISTO LA PELÍCULA!
 

 

 

¿Recuerdan las veces que hemos dicho eso a gente a la que creíamos especial, con la que pensábamos haber conectado y, luego ya la vida, el destino o lo que sea se encargó de que no nos viéramos más?

Rememoren por un momento las personas que han sido cruciales y nunca después se han vuelto a cruzar. ¿Las hay? Yo creo que todos tenemos alguna en la memoria: profesor, novia, médico, amiga, familiar...

Así acaba una película que desde hace tiempo me recomendó un buen amigo, al que llamaremos Orutra, con personajes que se cruzan, que son importantes en una etapa vital, el uno para el otro y que, tal vez, lo más probable, es que no se vuelvan a ver más. 

El otro día le escuché decir a Orutra en el bar Stop

—¡Eres como un cáncer de pene en forma humana!

Se lo dijo a un amigo de su cuadrilla, un pesado de buen corazón. Pero pesao. Sin la de para hacerlo más liviano.

 —¡Yo también os quiero, mis cajones!—, respondió con un cambio de vocal que provocó la hilaridad de los allí asistentes. Su intención era aludir a sus partes, pues para eso están debajo de su pene al que mi buen amigo había aludido. Y se fue zigzagueantemente tras haber estado entre copas con Orutra.

Hoy es el día en que sé a ciencia cierta de dónde le vino la inspiración. Bueno, la réplica de la frasecita ocurrente. Y lo sé porque acabo de ver, con su recomendación en mente larvada durante meses, una de las mejores películas de 2023: Los que se quedan de Alexander Payne.

El título alude a los estudiantes que, por diferentes razones, se deben quedar durante Navidad en un colegio privado, entre los que destaca dramáticamente Angus Tully (Dominic Sessa). Además, al que le toca pringar como tutor durante esos días es al profesor de historia antigua (Séneca, Demóstenes, la guerra del Peloponeso, esas cosas), Paul Hunham. Lo encarna Paul Giamatti. Es él quien dice muy al final, la frasecita del pene y el cáncer con las consecuencias que tiene decírselo a un director de colegio privado en los años 70. Ya se sabe que la diplomacia es la manera de decirse mentiras para encubrir la verdad, mientras que Hunham acaba rebelándose con la verdad sin enmascararla bajo el manto de la cortesía diplomática.

El trío, porque esta película está conformada geométricamente por un triángulo, lo forma una cocinera negra (lo digo porque es importante) llamada Mary Lamb.

Cada uno de ellos arrastra una pesada carga, unas carencias que el guion irá poco a poco desvelando y que usando un latinismo se concreta en Omnia vincit Amor, que creo que no hay necesidad de traducir.

Por eso Orutra y yo nos llevamos bien: somos creyentes acérrimos de la frase del poeta romano Virgilio. Y, sobre todo, de su continuación, Omnia vincit Amor, et nos cedamus Amor.

El amor todo lo vence, y nosotros cedamos al amor

La secuencia cumbre de la película de Payne sucede a la hora de metraje. El joven estudiante, el profesor y la cocinera del colegio son invitados por Nochebuena a pasar  por casa de una compañera que trabaja en el colegio y que organiza una fiesta. Y allí tiene lugar uno de los momentos más emotivos que hacía tiempo no sentía. Payne y su guionista entrelaza las carencias de los tres personajes en una admirable secuencia de diez minutos. El guion es sublime, porque combina el drama con la sutileza del humor. Tiene frases memorables pero que están bien imbricadas, sin caer en la pedantería, lo artificioso o el relleno. Y no cae en ello porque los personajes huelen, saben y se ven auténticos. Vamos, de carne y hueso hecho celuloide o como estén fabricados ahora los sueños-historias de cine.

Payne los dirige con sabia comprensión de los personajes, haciendo que cada gesto, cada frase, cada mirada, cada sonrisa estén labrados como si Payne fuera un orfebre esculpiendo sobre los actores: Angus tiene un plano en el automóvil de regreso al colegio tras haber visto a su padre que vale oro; el profesor Paul destila rigidez académica, profesionalidad en cada actuación y, sobre todo, un hambre de cariño y una amargura -el plano en el que descubre un hecho que le decepciona en la fiesta es oro puro- que la entierra en la bebida; por último, y no necesariamente en este orden, la cocinera Lamb trata de distraerse y ahuyentar el dolor del duelo por su hijo viendo la televisión, encubriendo ese corazón bañado en la pena. El que vea la película podrá descubrir el gesto de Lamb en casa de su hermana embarazada en el que desenvuelve y extrae la ropa de bebé, que (tal vez) perteneció a su hijo. Ellas se funden en un abrazo y nosotros queremos también abrazarlas porque compartimos ese sentimiento que es de adiós al pasado y de bienvenida al futuro: muerte y vida.

—¿Por qué le has llamado cáncer de pene con forma humana? — le pregunto a Orutra en el bar.

—Porque me decía que consideraba al mundo un lugar amargo y complicado. Y que le parecía que el mundo también pensaba lo mismo de él.

—Amargo y complicado.

—¿Qué quieres tomar? —Orutra siempre me invitaba—. ¿Una Miller High Life?

—¿Qué es eso?

—El champán de las cervezas —, y se ríe aunque no sé de qué.

—Prefiero una Leffe Brune, la cerveza que me descubriste.

Ahora sé que aludía a un momento de la película: cuando el joven pupilo quiere ser ya mayor bebiendo alcohol. 

Cuando eres joven, tienes toda una vida para aprender, para descubrir, sin dejar hueco al aburrimiento (o también), que para entender el presente hay que saber del pasado. Y eso es lo estimulante. Ya de mayor, a uno le queda pensar que el mundo es un lugar amargo y muy complicado. Sobre todo cuando no tienes amigos, no tienes el amor de unos padres, que te abandonan en un internado, o has perdido el cariño de un hijo trágicamente entregado a la patria por razones bélicas.

Me quedo pensando delante de la Leffe Brune que me trae la camarera Cecilia. Y tras darle un sorbo, le miro al ojo derecho de Orutra y le digo:

—Te he traído un regalo.

—De veras, no tenías que haberte molestado, chavalín —, me lo dice de verdad. De hecho, Orutra comparte, ahora lo puedo decir, la autenticidad del profesor Paul.

—Sí, es un libro, Meditaciones de Marco Aurelio. Para mí es como la Biblia, el Corán o la Bhagavadgītā, todos en uno.

Orutra se sonríe para sus adentros. Y me dice mirándome a los dos ojos:

—Lo leeré con mucho interés entonces.

—¡No sabes las cosas hermosas que se pueden encontrar en una librería!

—¿Caramelitos?

—Sí, caramelitos... también —. Y le doy otro trago a la Leffe sin comprender muy bien.

Una vez acabado los tragos, me despido de mi buen amigo Orutra diciéndole:

—Nos vemos.

—Nos vemos, sí.


Ahora que lo pienso me gustan las películas en las que hay una serie de ingredientes: la importancia de los libros, de la presencia de cines, librerías, de la amistad, de la ausencia de cariño, de la búsqueda del amor, de la presencia de perdedores, de personajes antagónicos que se compenetran, la nostalgia por Navidad, la lluvia o la nieve... y todo ello revestido con una cierta capa de humor de sonrisa. Casualmente lo tiene Los que se quedan. Y por eso me gusta.


El profesor Paul Hunham tratando de encontrar un caramelito en un libro.


4 comentarios:

  1. Que texto más sesudo!!!!

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  2. Ésta muy bien el artículo. Yo vi la película.

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  3. ¡No quiero spoilers! Veré la peli y seguiré leyendo

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  4. Vi la peli en Navidades y me encantó. Cómo me encanta la manera en la que has enlazado tu maravilloso estilo de crónica social con la crítica/reseña de la película

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