Defenderé la casa de mi padre
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Presentación en los cines Príncipe de Ciento volando de Arantxa Aguirre (3ª por la izq.) en la pasada edición del Zinemaldia 2024 |
No sé si seré capaz de escribir hermosas palabras que hagan vibrar al lector de la misma manera en que la directora Arantxa Aguirre con su documental sobre la obra del escultor Eduardo Chillida, Ciento volando, lo ha logrado en mí.
Mi flechazo, mi enamoramiento, por esta documentalista madrileña, proviene de la Seminci. Aquella tarde de 2020, en el infame Teatro Cervantes, hacia las 16:30, "hora de echar más bien la siesta, que de ver un documental" como dejó caer a modo de protesta solapada por ese horario ante el público que iba a ver Zurbarán y sus doce hijos, tuve la constatación de que Aguirre era una mujer dotada de talento visual y sensibilidad artística.
Ciento volando lo ha ratificado.
En 2010 conocí Chillida Leku, un museo al aire libre donde reposa tanto la obra escultórica como el cuerpo del su creador donostiarra. El lugar, ubicado en Hernani, es una cita obligada. A mí me sirvió para sobrellevar una depresión fruto de una ruptura sentimental. Las esculturas abstractas de acero, hierro oxidado o piedra mostraban la solidez de la que mi alma carecía en esos momentos. Abatido, temeroso del incierto futuro ‒como en todas las rupturas el futuro se hace obscuro‒, mi ánimo no se mostraba fuerte. Y he ahí las piezas de Chillida, sólidas, robustas, de una sola pieza. Se mostraban dobladas, curvadas, entrelazadas, abrazadas en sinuosas posiciones pero siempre sólidas a la tierra donde yacían. Ellas presentaban agujeros, oquedades, huecos como los había en mi estado anímico.
En el lugar, sobre una pequeña colina se alza un caserío de hace 500 años, que el escultor adquirió para restaurarlo. Sobre él gravita la obra de Arantxa Aguirre. Y la del propio Eduardo Chillida. Alrededor de ese viejo caserón, los "doce (o más) hijos metálicos, graníticos o pétreos" de Chillida danzan sin moverse. Porque es la luz, la lluvia, los insectos, las aves o el paso del viento los que animan esas figuras abstractas al reflejarse o posarse sobre esos tótems, enraizados en "la casa del padre". Bueno, también danzan los turistas alrededor de las obras para hacerse selfies y colgarlas de su muro de Facebook.
Cuando entré en el caserío Zabalaga, me llevé una decepcionante sorpresa: estaba vacío
por dentro. No lo entendí, pues no comprendía su arte. Ahora me pregunto: ¿no hay mejor metáfora de la obra de Chillida que el
vaciado de un edificio por dentro y dejarlo en su esencia? Llego a
escuchar: "Pretendía vaciarlo de materia para llenarlo de espacio". Algo parecido sentía en mi interior: el abismo del vacío cuando el amor se fuga por la ventana.
Chillida rumiaba mucho su trabajo. Yo rumiaba en aquel año, mientras paseaba por las campas y abrazaba sus esculturas que bien podrían llamarse "Ausencia de amor", "Desamor II" o "Buscando el amor", el porqué de mi separación. Las abrazaba como si fuera el cuerpo de la mujer a la que ya nunca he vuelto a ver.
La directora arranca su obra con un plano cenital del mar. Los títulos se van desplegando y a medida que el oleaje del Cantábrico en encabrita y la espuma los cubre, los títulos van desapareciendo. Es como si expusiera así, visualmente, el inconformismo de Chillida ante su obra: nunca ve el camino de la creación claro, hay que persistir hasta que con paciencia y dejando que la inspiración asome su naricilla, como si fuera una ceremonia de preparación del té. Sin prisa. Allí una mujer contempla el Cantábrico por el lugar señero del extremo de la playa de Ondarreta: el Peine de los vientos. Más tarde esa mujer leerá una carta de amor que el escultor manda a su mujer, Pilar, en la que desvela el significado del título: Chillida prefería los ciento volando, antes que conformarse con el pájaro en mano. Inconformista en la creación.
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Presentación en la sección Zinemira (cine vasco) del Festival de Cine de San Sebastián 2024: Jone Laspiur, Mikel Chillida, Arantxa Aguirre y Miguel Zugaza entre otros. |
Ciento volando se estructura en torno a unas catorce conversaciones con diferentes personas que nos van mostrando un crisol de quién fue Chillida. Para ello, Arantxa se sirve de una joven entrevistadora o, mejor, conversadora, estudiante de Bellas Artes y de aitas artistas, llamada Jone Laspiur. No me enamora, no me entusiasma, ni siquiera su voz me transporta al mundo de Eduardo. Cosas mías.
En cambio, esos abundantes planos panorámicos en vertical me parecen soberbios. Muchos parten del cielo, de los árboles, de los pájaros volando para acabar en su caída en cualquier escultura de Chillida Leku, creando un hermosísimo vínculo entre Arte y Naturaleza. Se nota que la directora madrileña sabe componer, cada plano merece estar en el Museo del Prado.
Chillida tuvo una revelación: su vida y su trabajo no pertenecían a París, de moda en esos años de formación, sino a su casa: el País Vasco y a su grisácea y húmeda luz. Por eso, Arantxa Aguirre y sus tres directores de fotografía captan la variedad de luces de las cuatro estaciones vascas. Y la lluvia, el sirimiri, rebotando sobre el acero corten de muchas de sus obras, cuya oxidación me recuerda a las vías de los trenes de mi infancia. El tiempo que necesita Chillida para sus obras se ve trasladado a un plano fijo del documental en el que se ve un árbol (zuhaitza) a lo largo de las estaciones del año. Tampoco Arantxa escatima el tiempo para cincelar su visión artística sobre el escultor.
De las mencionadas conversaciones, muchas surgidas paseando, de día, nocturnas, con lluvia, con sol o anocheciendo, quisiera destacar dos. Una con una bibliotecaria que lleva más de cuatro años en la biblioteca que hay en Chillida Leku. Llega a decir que trabajando ese tiempo en los fondos sobre la obra y figura del escultor, a pesar de no haber coincidido en vida con él, tiene la sensación de conocerle, de que forma parte de su "familia". Los libros y la documentación es la materialización del espíritu de un ser.
La segunda conversación se mantiene entre Laspiur y Miguel Zugaza, el que fuera director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, ante una escultura monumental: Lugar de encuentros IV. Dicha obra estaba ubicada en el Museo bilbaíno. La recuerdo de mi juventud, pues era la primera que te saludaba con su enormidad, suspendida en el aire, cuando me dirigía a la Zinemateka del Museo que organizaba José Julián Baquedano. A la salida, tras ver la proyección, me sentía igual de ligero tras la dosis cinéfila que la pieza artística. Porque si la tocabas, a pesar de su anclaje en el techo, se movía imperceptiblemente.
Chillida era un melómano de Johan Sebastian Bach y eso se nota en las escasas pero precisas piezas que aparecen a lo largo del metraje. La banda sonora está compuesta por esos silencios labrados, cincelados con la naturaleza del lugar, lo que da pie a un montaje soberbio, donde cada conversación entre Laspiur y sus interlocutores acaba en una coda de silencio manchado del sonido natural de Chillida Leku.
El cartel es una síntesis de lo que es el espacio concebido por el artista: un lugar donde pasear por entre árboles y piezas escultóricas, cuya mayor escultura es el propio caserio Zabalaga, para encontrar la paz espiritual. No es atractivo a simple vista. Se necesita tiempo para la observación de lo que el cartelista pretende. Sin embargo, la idea sintética está ahí mostrada visualmente. Magnífico.
Cartel del documental en la delantera del Kursaal durante el Zinemaldia 2024 |
La historia se cierra en un círculo de vuelta al Peine de los Vientos y al Cantábrico. Y el último plano que contiene los títulos de créditos muestra una masa de metal incandescente, borboteando, es el material para ser moldeado por la creatividad de Chillida y de Arantxa Aguirre, él con sus manos, ella con sus luces y sus audios. En un momento dado, una franja negra surge a la derecha por donde transcurrirán los que participaron en esta obra inmortal, como aspira a ser Chillida Leku y Ciento volando.
EPÍLOGO
Este año los Goya han pasado de lejos para Arantxa Aguirre en las nominaciones a mejor documental. Claro, que viendo la temática de los documentales elegidos (el agro frente a las multinacionales, la figura de la actriz comunista Marisol, la violación de la Manada en Pamplona o la inmigración) está claro que la realizadora va a contracorriente de estos tiempos tan buenistas o wokistas. Sí estuvo nominada por sus anteriores Hécuba, un sueño de pasión (2006) y Dancing Beethoven (2016), pero sin fortuna.
Les dejo aquí el poema de Gabriel Aresti que aparece en el documental (la versión original está en euskera):
Defenderé
la casa de mi padre.
Contra los lobos,
contra la sequía,
contra la usura,
contra la justicia,
defenderé
la casa
de mi padre.
Perderé
los ganados,
los huertos,
los pinares;
perderé
los intereses,
las rentas,
los dividendos,
pero defenderé la casa de mi padre.
Me quitarán las armas
y con las manos defenderé
la casa de mi padre;
me cortarán las manos
y con los brazos defenderé
la casa de mi padre;
me dejarán
sin brazos,
sin hombros
y sin pechos,
y con el alma defenderé
la casa de mi padre.
Me moriré,
se perderá mi alma,
se perderá mi prole,
pero la casa de mi padre
seguirá
en pie.
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