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domingo, 7 de septiembre de 2025

Tip y Coll, ¿copia de los Hermanos Marx?

Por las mañanas damos los buenos días

 



 

A estas alturas de la vida no es infrecuente toparse con la parca de algún familiar, amigo, conocido o compañero de trabajo. Tal vez el aviso de esos sucesos nos recuerden de que tarde o temprano nos tocará (o le tocará a alguien cercano a ti). De alguna manera, a partir de cierta edad a uno le cuesta afrontar más las historias dramáticas, por muy (buenas) ficciones que sean. ¿De ahí que cada vez me cueste más ir al Festival Internacional de Cine de San Sebastián lleno de dramones reivindicativos sobre lo injusto y cruel que es el mundo? 

Uno ahora está más dispuesto a gozar de historias banales, frívolas, evasivas o, simplemente, cómicas. No les oculto que llevo algunos años acostándome sin dejar de ver algunos sketches en el móvil antes de que llegue el The End de la noche: desde Cámera café (a la que cada vez valoro más tanto por sus personajes como por sus diálogos), pasando por el demodé Benny Hill que actualizó el slapstick del cine mudo (y que el feminismo violento acabó con él, literalmente) o Qué vida más triste (en el que Borja Pérez y Joseba Caballero me hacen feliz con sus miserias cotidianas).

La vida juega también con las casualidades. Y casualidad ha sido que, con la diferencia de un día, haya visto Los hermanos Marx en el Oeste (1940) y un sketch titulado Pensión Pelele rodado para la TVE en blanco y negro por Tip y Coll, dúo humorístico formado desde 1967 a 1992 por Luis Sánchez Polack, Tip, y José Luis Coll. Bueno, supongo que la casualidad de que haya visto esto último se debe más a los algoritmos de recomendación que usa youtube

La cercanía del visionado me hizo atisbar que el humor que ejercían los Groucho, Harpo y Chico se parecía mucho al de Tip y Coll. Este pensamiento se vio corroborado (es un decir) cuando vi que el primer comentario al sketch en youtube decía lo siguiente: «Tip es nuestro Groucho Marx».

Pero no es así del todo. Aunque el absurdo de los diálogos sea la base primigenia de ambos grupos de cómicos, los Marx también trabajan con la pantomima de Harpo (el mudo) y la puesta en escena. Les propongo una apuesta. Me he dedicado a transcribir al papel (digital, claro) los diálogos de Tip y Coll (es una escena rodada en dos planos que dura unos 5 minutos) y la primera secuencia cinematográfica de los Marx que transcurre en el vestíbulo de una estación de tren en época del lejano Oeste (dura unos 8 minutos). ¿A que les resultará más gracioso el diálogo entre Tip y Coll en la pensión Pelele que la que tiene lugar entre Groucho con Chico junto a las pantomimas de Harpo? ¿Y saben por qué?. Porque el humor de los Marx en esta ocasión es más amplio, más elaborado, no sólo se basa en las palabras, sino en la escenificación de los gags. Digamos que en la transcripción se pierde humor como el motor pierde aceite. Empecemos. 

 Coll entra en la recepción de una pensión. Tras el mostrador se halla Tip que es quien lo recibe:

Coll.—Oiga, ¿es esta la pensión Pelele?

Tip.—Sí, esta es la pensión Pelele.

Coll.—¿Es usted el señor Pelele?

Tip.—El mismo que viste y calza: un cuarenta y cuatro. (Le enseña el zapato).

Coll.—¿Tiene usted habitación con cama?  

Tip.—¿La quiere con agua corriente?

Coll.—No, la prefiero con agua extraordinaria, con agua de mar.

Tip.—Sí, sí, sí. ¿No traerá usted bichos, verdad?

Coll.—No, no. (Se abre la chaqueta para mostrarle el interior).

Tip.—No, nada. Se lo digo porque los bichos son por cuenta de la casa.

Coll.—Ah.

Tip.—Vamos a ver qué habitaciones hay disponibles. Aquí hay una muy buena, muy buena, pero, claro, está completamente llena. 

Coll.—Ah, ya.

Tip.—Aquí tenemos otra muy buena, pero pilla un poco lejos. (Hace gesto con la mano hacia adelante).

Coll.—¿Al final del pasillo?

Tip.—No, al final de Rusia. (Alza más la mano indicando más lejos).

Coll.—¿Y cuánto paga esa habitación?

Tip.—No, la habitación no paga nada; el que tiene que pagar es usted.

Coll.—Entonces...

Tip.—Aquí hay otra, otra, bien cerca, aquí al lado. (Extiende la mano hacia atrás señalando cercanía). Muy baratita, con camas empotradas.

Coll.—¿En la pared?

Tip.—No, la llamamos empotrada porque es donde duermen los potros. En la cuadra, ¿sabe?

Coll.—Yo por mí la aceptaría, pero por no molestar a los animales.  

Tip.—Vamos a ver, a ver la 216... (Se da la vuelta y rebusca entre el mueble de llaves. Sale del mostrador).

Coll.—¿La podemos ver?

Tip.—Pase, pase por aquí. (En mitad de la recepción hace como que intenta abrir una puerta imaginaria de la habitación con una llave). ¡Siempre se engancha esta maldita llave! Bueno, es igual. Pase usted.

Coll.—(Pasa adelante con la maleta en la mano y se dirige hacia tres sillas juntas pegadas a la pared). ¿Esto es para dormir, no? (Coll se tumba y ronca). Pues se duerme bastante bien. 

Tip.—¿Le gusta, eh? ¿Ha traído usted sábanas?

Coll.—No, ¿por qué?

Tip.—¡Hombre...!

Coll.—En todos los hoteles en que estuve antes tenían sábanas. 

Tip.—¡Por eso mismo! ¿Qué trabajo le habría costado quitarles unas cuantas? Unas de aquí, otras de allá.

Coll.—Pues sí, me gusta la habitación —comenta mientras mira en derredor—. Oiga, y de comer, ¿qué?

Tip.—Salga, salga —señalándole una imaginaria puerta de salida. Vuelven a la recepción—. De comer, le voy a decir una cosa, mire: antes dábamos algo, pero ha habido muchos abusos. Imagínese que había huéspedes que se peleaban por comer todos los días. Y, claro, hemos tenido que poner un límite.

Coll.—Y entonces ahora, ¿qué dan?  

Tip.—Bueno, ahora freímos un huevo y lo sorteamos. Y al que le toca... eso sí, con su yema, con su clara. Y luego hay un suplemento y se le da la cáscara. Yo no es que quiera insistir en el coste del hospedaje, pero viajero que me entra, viajero que me queda.

Coll.—Para siempre, claro.

Tip.—No, así de delgadito. Conviene porque como en realidad tenemos unos pasillos tan estrechos...

Coll.—Ya, ya. Y ¿qué tendría que abonar por la habitación?

Tip.—Por la habitación... Son 75 pesetas. Con cama.

Coll.—¿Y la pensión completa?

Tip.—¡Oh, no, la pensión siempre está vacía! ¡Qué más quisiera yo!

Coll.—Me refiero al coste del hospedaje.

Tip.—Eso depende.

Coll.—¿De qué?

Tip.—Del tamaño del huevo frito.

Coll.—Ah, claro. Oiga, ¿y poniendo yo el aceite?

Tip.—Hombre, poniendo el aceite, le podríamos hacer una bonificación de una peseta.

Coll.—¿Y poniendo yo el huevo?

Tip.—¡Oh, si pone usted el huevo, le ato una pata al fregadero y se queda para toda la vida usted aquí.

Coll.—¿Y por las mañanas qué dan?

Tip.—Damos los buenos días.

Coll.—Eso es de mucho alimento, pero ¿no dan desayuno?

Tip.—Bueno, mire, en esta su casa no damos desayunos porque luego se les quita las ganas de huevo frito.

Coll.—Ah, claro, claro. Así que por la mañana un huevo frito y por la noche... Entonces, ¿qué tendría que pagar diariamente?

Tip.—Pues mire usted, diariamente son 75 pesetas sin dormir. Y durmiendo, pues, doscientas, trescientas, quinientas, ochocientas... Eso ya... depende. 

Coll.—¿Depende de qué?

Tip.—Depende de lo que lleve usted en la cartera. Porque cuando está durmiendo el cliente es cuando se aprovecha el momento. (Hace gesto con la mano de robar). Oiga, quería hacerle a usted una pregunta: ¿usted querría dormir con pijama?

Coll.—No, no, no. Prefiero dormir solo. No me gusta dormir con desconocidos. 

Tip.—Bueno, le voy a hacer una advertencia. Tenga cuidado porque en la habitación de al lado tenemos la bajilla.

Coll.—(Creyendo que se ha referido a la vajilla). Ah, ¿y qué cree usted que se la voy a robar? (Hace gesto con la mano de hurtar). 

Tip.—Oh, no, no. ¡La bajilla es una huésped así de bajita! (Con la palma de la mano señala un altura por debajo del mostrador). ¡Y tiene un genio, un carácter!

Coll.—A mí no me gusta molestar. Bueno, ¿se queda usted, no?

Tip.—Bueno, bueno, ¿se queda usted, no? 

Coll.—Pues no. ¡Me marcho! (Coge la maleta).

Tip.—¡Cómo que se marcha!

Coll.—¡Sí, me marcho!

Tip.—Pero, ¿qué pasa? ¿Es que no le gusta la casa?

Coll.—No, no. Si la casa está bien.

Tip.—¿No le gustan las paredes?

Coll.—Las paredes también también están bien.

Tip.—¿No le gusta la grúa, no le gusta la jirafa? (Mira hacia arriba donde están los aparatos de grabación del sonido, guiño metacinematográfico).

Coll.—La jirafa está bien también.

Tip.—¿No le gustan mis piernas? 

Coll.—(Mirándoselas). Pues no están mal, pero no...

Tip.—¿No le gusta la música moderna? Entonces, ¿el precio?

Coll.—No, no es eso...

Tip.—Entonces...

Coll.—Es que hay algo que no acaba de llenarme. 

Tip.—Dígame el qué.

Coll.—¡El huevo frito! (Se gira, abre la puerta y se va)

Tip.—(Saliendo del mostrador de la recepción). ¡Franco, trae una ración de calamares!

Fin

 

La primera secuencia de Los hermanos Marx en el Oeste tiene lugar en la sala de venta de billetes de tren. Groucho dispone de 60 dólares pero cuando va a comprar el billete para viajar al Oeste se da cuenta de que le faltan diez. Y, por otra parte, Chico acompaña a su hermano Harpo a la estación, que va a viajar, pero al que le falta también otros diez dólares. El encuentro fortuito con Groucho provocará que le desplumen los sesenta dólares que posee, aunque este trate de venderles ropa para lograr esos diez dólares que le faltan.

 

Chico.—Escuche, ¿va bien mi hermano para alcanzar el tren del Oeste?

Groucho.—A no ser que haya un desfile de Carnaval en el Oeste, no.

Chico.—Bah, lo que queremos saber es dónde está el tren.

Groucho.—¿El tren? Está en la vía, no acostumbra a venir aquí.

Chico.—Ven, Ricitos, te compraré el billete. ¿Tienes los setenta dólares? (Ricitos le indica con el dedo diez) ¿Sólo tienes diez? Pero, ¿qué has hecho con los otros sesenta? (Ricitos moldea con las manos la silueta de una mujer). ¡Ah!, ¿compraste una anguila, eh? Sin dinero no voy a conseguir que te den el billete. 


 

Groucho.—¿Dinero? Así que ustedes quieren ir al Oeste, ¿eh, amigos?

Chico.—Yo me quedo. Solo va mi hermano. Resulta que yo no tengo dinero. Él irá al Oeste y cuando se apee del tren, recogerá unas pepitas de oro y me las enviará, ¡ja, ja! Dicen que allí el oro se encuentra a patadas. ¡Eh, Ricitos! Encontrarás oro en todas las esquinas.

 

 

Groucho.—Con ese disfraz será él quien se va a encontrar con las patadas. Tiene razón: el oro está por los suelos, pero no le permitirán tocarlo. ¡Eh, no ve que es un pati-tierno!

Chico.—Si llevara sus botas, usted tendría las patas como él.

Groucho.—¡Ah, son unas botas! Creí que eran dos coladores.

Chico.—¡Está bien, está bien! Aunque sea un pati-tierno, nadie recoge las pepitas de oro con los pies.

 


 Groucho.—Ah, es que llaman pati-tiernos a los del Este. Allí disparan contra todo lo que es el Este. Van a hacer blanco en su cabeza si va al Oeste con esa incubadora de pulgas. 

Chico.—¿Qué le pasa a ese sombrero? Tenga en cuenta de que es carísimo. 

Groucho.—¿Cuánto le costó? 

Chico.—Yo qué sé. Lo robó. (Groucho coge el sombrero, lo rompe y lo tira a la papelera). ¿Qué está usted haciendo, qué se ha creído? 

Groucho.—Un momento, amigo, con esto acabo de salvarle la vida. ¿Usted querrá a su hermano, verdad?

Chico.—¡No!, pero es mi hermano.

Groucho.—Este es el modelo de sombrero que se lleva esta temporada: modelo 1870. Es el que usan los buscadores de oro. 

Chico.—¿Esa cola no debería taparle la espalda?

Groucho.—(Levantando la cola y mirándole el rostro). Con esa cara... no. ¡Es castor legítimo!

 

 

Chico.—¡Qué suave! (Lo manosea).

Groucho.—Ya lo romperé yo. Todavía es mío. Se lo doy por diez dólares

Chico.—¿Diez dólares por ese castor despellejado?

Groucho.—Yo no trabajo por amor al arte. Una vez me enamoré y fue un mal negocio... Pero ese es otro cantar y muy desafinado.

Chico.—¿Por qué ha de comprar un güito si no tiene suficiente dinero para el billete?

Groucho.—Un billete se compra cuando uno quiere, pero éste es el último modelo. Los castores no quieren hacer más. Prefieren jugar al fútbol. ¿Diez dólares?

Chico.—Pero es que él es pobre. Le dará un dólar. ¿Trato hecho?

Groucho.—Bueno, trato hecho. Pero solo me gano un dólar. 

Chico.—Ricitos, anda, paga un dólar. (Ricitos saca de dentro del pantalón un monedero y saca un billete polvoriento).

Groucho.—Buena pesca, amigo. Es el primer negocio que hago con un simún. (Recogiendo el dólar polvoriento). Me costará un dólar quitarle la arena.

 


 

Chico.—Nueve dólares de cambio.

Groucho.—¿Cambio? ¿Qué cambio?

Chico.—Es de diez machacantes. 

Groucho.—¡Ah, es de diez dólares, ja, ja, ja! Valiente tacaño. Bueno, un dólar es un dólar y cada vez me acerca más al lejano Oeste. ¡Ja, ja, ja!

Chico.—Y a nosotros, ¡ja, ja, ja! (Ricitos le sustrae el billete de diez).

 


 

Groucho.—¡Ja, ja, ja!

Chico.—¿De qué se ríe usted?

Groucho.—Del güito. Queda ridículo con esa chaqueta. 

Chico.—¿Qué le pasa a su chaqueta? 

Groucho.—Que es asquerosa. Tengo una chaqueta que hace juego con el sombrero. Verá esta monada. ¡Esto es una verdadera chaqueta! Nunca he visto una chaqueta de gamuza tan elegante. Parece hecha a medida. Así son veinte del impuesto más uno serán... veintiuno.


 

 Chico.—¡Cedamos los dos por igual! Le doy uno.

Groucho.—Así el único que cede soy yo.

Chico.—A ver, Ricitos, paga un dólar.

Groucho.—Bueno, no está mal. ¡Adiós, caballeros!

Chico.—Eh, nueve dólares de cambio.

Groucho.—¿Cambio? 

Chico.—Sí, es de diez pavos. 

Groucho.—Ah, sí es cierto. ¿Este es igual al otro, verdad?

 


 

Chico.—Tiene que serlo. 

Groucho.—Bien, aquí tiene el cambio.

Chico.—Es un verdadero placer comprarle algo a un hombre como usted.

(Ricitos recupera del bolsillo de Groucho el billete de diez que tiene atado tirando de la cuerda y lo hace girar como una hélice). 

Groucho.—Nuestro lema es: el cliente siempre tiene razón. (Ve volar el billete en manos de Ricitos). Oiga, ¿no ha visto volar algo raro?

Chico.—Tal vez un pichón. 


 

Groucho.—No he visto nunca pichones verdes. 

Chico.—Pues sería una rana. 

Groucho.—¿Con números en la nariz?

Chico.—¡Claro, quizás los de la matrícula!

Groucho.—Serán imaginaciones mías. (Se palpa los bolsillos). No, no lo son. Señores, no puedo encontrar los veinte dólares que acaban de darme.

Chico.—¡Cómo veinte! No le hemos dado veinte dólares, le hemos dado tan sólo dos. Uno por el sombrero y el otro por la chaqueta. 

Groucho.—Tiene razón, pero me dieron dos billetes de diez.

Chico.—¡Claro, y usted nos devolvió dieciocho, ja, ja, ja! De dieciocho a veinte, van dos. ¡Ja, ja, ja! Se ha armado un lío.

Groucho.—Ocurre algo muy extraño en mis bolsillos, pero no consigo saber qué. 


  

Chico.—Bueno, si cree que le hemos engañado, le daremos otro dólar.

Groucho.—Le agradezco mucho su delicado ofrecimiento. Lamento mucho haberles juzgado mal. 

Chico.—Tiene usted que darnos nueve dólares.

Groucho.—¿No quieren darme uno suelto, eh?

Chico.—No.

Groucho.—¿Qué le parece si me da diez sueltos y yo le doy otros nueve?

Chico.—No tenemos dólares sueltos.

Groucho.—Le di dieciocho.

Chico.—Pero los habrá enviado a su madre... ¿No quiere un dólar?

Groucho.—Si me cuesta nueve, no.

Chico.—Oh, debiera vigilar su bolsillo.

Groucho.—Yo vigilaré mi bolsillo y usted a su hermano. (Coge el mismo billete de diez de manos de Ricitos).

Chico.—Tiene usted que darnos nueve dólares. (Extiende al mano para recibirlos). 

Groucho.—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve. (Le va entregando mientras Ricitos pone la mano encima de la Chico).

Chico.—Sabe contar, pero ¿dónde está el cambio? 


Groucho.—¿No se lo he dado a usted?

Chico.—No. Ricitos, ¿te lo dio a ti? (Ricitos niego inocentemente con la cara). Pues habrá usted soñado que lo daba. 

Groucho.—Alguien me la está dando a mi. Lo que yo deseaba era ir al Oeste... no a la ruina. ¡Hasta nunca, señores!

Chico.—¡Eh, se olvidó una cosa!

Groucho.—¿Qué  he olvidado?

Chico.—El impuesto de venta.

Groucho.—¿Qué impuesto de venta?

Chico.—La venta que nos ha hecho. Tenemos que darle un dólar.

Groucho.—No, no, gracias. No puedo con tanto gasto. 

Chico.—Pero es ilegal no cobrar el impuesto. ¿Quiere ir a la cárcel?

Groucho.—Yo no diré nada si usted se calla.

Chico.—Yo no diré nada, pero él tal vez sí. (Señala a Harpo, que es mudo).

Groucho.—Bueno, ¿y cuánto pide por su silencio?

Chico.—Nada, lo único que quiere es darle a usted otro dólar.

Groucho.—¿No querrá que le devuelva nueve sueltos?

Chico.—¡Nooo! Dele solo cinco y luego cuatro.

Groucho.—Démelo. Le daré cinco y luego cuatro. (Mientras cuentan los billetes, Ricitos trata de sacarle del bolsillo el billete de diez que tiene atado con un hilo, pero este se rompe).


Chico.—¿Quiere que le diga una cosa? Me encanta tratar con hombres como usted porque comprendí que era honrado en cuanto le vi.

Groucho.—Es que el secreto de mi éxito es la honradez. 

Chico.—Eso es.

Groucho.—La honradez es la única base segura de un negocio.

Chico.—Eso digo yo. No hay duda.

Groucho.—Usted me comprende, ¿verdad?

Chico.—¡Claro, es usted un hombre íntegro y honrado!

Groucho.—Usted me confunde. 

Chico.—Pienso hacer muchos negocios con usted. 

Groucho.—Gracias.

Chico.—No, gracias a usted. La honradez es lo único que me importa. (Mientras Ricitos le rompe la pernera del pantalón para recuperar de nuevo el billete de diez).

Groucho.—Hay que ser íntegro y honrado para lograr el éxito. 

Chico.—Tiene razón. Es lo que he dicho siempre.

Groucho.—Hace un instante no se notaba tanto frío aquí dentro.

Chico.—Bueno, ¡hasta otra!

Groucho.—Tengo la impresión de que he caído en una cueva de ladrones. No obstante, es de sabios sacar provecho de las propias equivocaciones, por lo que, señores míos, he hecho a última  hora un arreglo financiero. Y muchísimo gusto, caballeros. Me honro con su amistad y me postro a sus lindos pies, caballeros. ¡Adiós! (Groucho se mete el dinero que le queda en el forro interior del sombrero mientras que Ricitos aprovecha para darle el cambio por el sombrero de Castor, desplumándolo del todo).

Chico.— ¡Adiós! (Dirigiéndose a Ricitos) ¡Vamos!

 Fin.

 

Como pueden ver, los diálogos de Tip y Coll son más graciosos al leerlos porque, a diferencia del segundo, están menos subordinados a lo que pasa en pantalla que los de los Marx. En otras palabras, si pudiéramos ver ambos sketches, nos daríamos cuenta de que ahora es más divertido el de los hermanos Marx —sin desmerecer el primero, desde luego—. Porque el primero sobrevive perfectamente sin lo visual, mientras que la escena de Los hermanos Marx en el Oeste está sustentada en la puesta en escena y hay que verla. ¿Se apuestan algo? 

 

 

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