Visitas de las páginas en total

domingo, 14 de septiembre de 2025

No hay función

 Hoy, no hay función

 

 


 

 «Lo he hecho alguna vez. Y me habría gustado hacerlo en más ocasiones. Tiene su riesgo y nunca sabes si te puede traer problemas», así me lo comentaba el Sr. González en la barra del bar Stop de Astrabudua hace pocos días mientras ambos nos tomábamos un gin tónic. Sería ya medianoche y Cecilia, la dueña del barcito, ya nos miraba con esa cara de letrero de luces fundidas:  «Vamos a cerrar ya».

Pero el «ya» se dilataba porque Cecilia, mientras limpiaba, pegaba la oreja a ver lo que narraba el Sr. González, que daba un trago y continuaba:

―Tú sabes que en ocasiones entramos en las iglesias o catedrales cuando no hay función religiosa. No hace falta ser creyente. Y allí, como si fueras un gato sigiloso, te acercas a uno de los bancos de atrás y te sientas. 

Le doy un trago al cóctel de ginebra Tanqueray mientras le sigo mirando intrigado por saber a dónde irá a parar la narración.

―Alrededor ves a gente hacer lo mismo, ya sean turistas, feligreses o peregrinos. Supongo que unos oran, otros reflexionan, otros admiran la cúpula, los pilares, el presbiterio, los retablos, qué se yo, y otros se quedan mirando las musarañas. Pero yo busco el silencio, algo así como una paz espiritual...

Y se calla. En el Stop tan sólo quedamos los tres, mientras Cecilia va recogiendo las sillas y las coloca encima de las mesas para barrer hoy o mañana al abrir: es la única alteración sonora a la narración.

―En ocasiones, mientras me recojo en busca de esa tranquilidad interior, escucho palabras sueltas, enlutadas o vestidas de ansiedad. Provienen de los que se sientan alrededor, dispersados, aquí y allá. Parecen que buscan la misericordia de Dios ante sus angustias, enfermedades o lo que estén meditando.

―Y yo me acuerdo de que ya va siendo hora de cerrar ―incursiona en la conversación Cecilia desde el WC del fondo.  

―Y a veces me acuerdo de tu admirado director sueco...―continúa como si no la hubiese oído.

―¿Ingmar Bergman? ―le pregunto.

―Sí, Bergman. Él tuvo que ser operado en cierta ocasión. Era una intervención insignificante pero le tuvieron que anestesiar. Le pusieron un anestésico demasiado fuerte y él pensó que durante esas horas en que estuvo anestesiado desaparecieron de su vida. La operación salió bien, pero en un libro que escribió comentaba que durante toda su vida era consciente de que se había debatido en una relación con Dios dolorosa y sin alegría, fe o falta de fe, culpa, castigo, gracia y condena eran realidades irrefutables para él.

Ambos levantamos el gin tónic para echar un trago al ponerse al narración inesperadamente trascendente. Cecilia había cogido la escoba y barría a toda prisa las servilletas, palillos, colillas que había esparcidos por el suelo.

―Las horas que hizo desaparecer la operación le proporcionaron a Bergman un dato tranquilizador ―continuó el Sr. González.

―¿Cuál? ―le pregunto con curiosidad.

―Que tú naces sin un fin, vives sin un sentido, el vivir es tu propio sentido. Al morir te apagas. De ser, te transformas en un no-ser.

Me mira en silencio. Le miro como atisbando en el fondo de su semblante una honda tristeza. No sé por qué absurdo vericueto mental recuerdo que la tónica que acompaña a la ginebra en el combinado la inventó Jacob Schweppe al investigar los efectos de la gasificación con dióxido de carbono del agua mineral.

―De alguna manera, de jovencito me quedaba sentado en las salas de cine en la última sesión hasta que el acomodador cerraba la luz del local. Quería descubrir si el silencio en una sala cinematográfica producía el mismo efecto que estar sentado en un banco de una iglesia. Mirando a esa gigantesca pantalla blanca podría ocurrir lo contrario: el milagro de transformación de un no-ser a un ser.

Ahora pensaba que de alguna manera la ginebra trataba de enmascarar la ansiedad o angustia vital del agua mineral carbonatada que había inventado el joyero Schweppe.

―¿Me estás escuchando? ―pregunta un tanto enojado el Sr. González.

―Sí, sí. Disculpa, es que había relacionado tu relato con el gin tónic ―me justifico―. ¿Y por qué es peligroso quedarte a oscuras en la sala?

―Porque un día me quedé encerrado toda la noche en una sala. Ahí pude comprobar el silencio de Dios de Bergman ―dice riendo mientras apura el cóctel―. La pantalla en negro... porque no había luz.

―Se te había acabado la función.

―Al que se os ha acabado la función es a vosotros dos ―dice Cecilia mientras cierra hasta media altura la persiana del Stop.

Salimos ambos sin dejar de escuchar el consabido «tened cuidado con las cabezas» de la dueña. 

―¿Sabes?, a nuestras edades, cada vez que anochece me digo a mí mismo: ¿habrá mañana función? ―pregunta retóricamente el Sr. González―. Aunque tampoco ya se pierde uno gran cosa. La mayoría de las funciones ya las tenemos demasiado vistas.

―Eso depende de Dios, González, depende de Dios. 

―O del proyeccionista ―y acompaña la réplica con esa risa gasificada de dióxido de carbono que acompaña al Tanqueray. 



 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Indique su opinión

ÚLTIMO ARTÍCULO PUBLICADO:

25ª Thinking Football Film Festival

Cuando el balón rueda por el mundo y nos hace pensar emocionándonos   Thinking Football Film Festival, cine y fútbol organizado por la Funda...

ARTÍCULOS MÁS LEÍDOS