La maldad de génesis fantástica

The Innocents (2021) es una película dirigida y escrita por el noruego Eskil Vogt de 47 años. La película arranca con un primerísimo plano de una niña rubia, Ida. Le acompaña la música de Pessi Levanto que nos predispone a que lo que vamos a ver pertenece al género de terror (subgénero sin sangre). Contemplamos el rostro ¿inocente? de Ida mientras duerme plácidamente. Uno diría que nunca romperá un plato, tal vez unos cuantos corazones cuando se haga mayor si no se estropea en la pubertad. El rostro angelical se despierta y la música da paso al ruido de un motor: descubrimos que va en un automóvil con su familia. A su lado, emitiendo sonidos guturales, le acompaña en el asiento trasero su hermana mayor que es autista. La pellizca a sabiendas de que no se va a quejar. Le gusta el juego de “hacer el mal”, una travesura mientras sus padres van delante sin enterarse de nada. A la llegada al nuevo hogar, vemos que sale a la calle a explorar. Pisa un gusano, por experimentar qué pasa cuando su zapatilla aplasta al animalito. En otra ocasión, lanza escupitajos desde lo alto del balcón. Son chiquilladas. ¿O podríamos pensar que se trata de una malnacida en potencia?
En el nuevo barrio conoce a dos niños más, solitarios: Ben y Aisha, ambos con extraños poderes. Ben puede provocar extrañas fuerzas con solo concentrarse como mover una piedra pequeña; Aisha tiene la capacidad de “escuchar” lo que piensa la hermana de Ida, incluso logra que, pese a su autismo profundo, articule palabras. Con estos poderes se juega hasta que a uno de ellos se les va de las manos.
El director y guionista Vogt se centra en el mundo infantil y toca un asunto que resulta de difícil digestión: el tabú de la violencia ejercida en la infancia entre infantes o hacia adultos. El problema –o tal vez el acierto- es que el Mal está tratado de una manera un tanto abstracta. Es decir, aquí no se trata de mostrar o explicar razones por las cuales esos poderes especiales son usados para ejercer el Mal. Y mucho menos de dónde proceden esos poderes. Los personajes adultos están de adorno o son meras marionetas de los querubines en la historia que nos relatan. Algunos sufren ese mal o son instrumentos de él. No es Satán como en La profecía que venía a instaurar su Reino sin parar mientes.
De alguna manera, vemos una película de la Marvel pero sin efectos especiales para espectaculares luchas crueles y destructivas. Aquí menos es más. Véase la lucha entre los personajes infantes. De todas formas, los 117 minutos que dura me parecen excesivos para una historia lineal y en la que tan sólo hay un tema.
El cinéfilo podrá recordar otras películas como la de Narciso Ibáñez Serrador, ¿Quién puede matar a un niño? (1976) o cualquiera de las dos adaptaciones homónimas de la novela El señor de las moscas (1954) de William Golding. Sin embargo, en estas hay un tratamiento del Mal menos abstracto.
Ibáñez arranca su filme con unos minutos de planos documentales donde el mundo de la infancia ha sido maltratada, esclavizada, asesinada, violada, etc. Se nos hace insufrible esa acumulación de maldad. ¿Quién puede matar a un niño? parece narrarnos la sublevación de la infancia ante el constante maltrato por parte de los adultos a lo largo de los siglos. Es hora de que se inviertan los papeles: ellos nos devuelven lo que les hemos hecho hasta ahora. Y su batalla comienza en una isla del Mediterráneo, cuna de la civilización greco-latina.
En El señor de las moscas, el tratamiento del Mal tampoco es abstracto (la maldad por la maldad) como lo es en The Innocents. Aquí un avión transporta a unos estudiantes británicos, el cual se estrella a causa de una fuerte tormenta en una isla desierta. Los únicos supervivientes son los niños pasajeros quienes se ven obligados a sobrevivir sin ningún adulto. Golding nos plantea si la pérdida de la inocencia infantil dará lugar a la victoria de la razón y la convivencia civilizada o, en cambio, reinará la barbarie y la dominación de unos niños supervivientes por otros en la isla.
Una vez vista The Innocents pocos recuerdos nos queda de ella, salvo una natural interpretación de los cuatro niños que se muestran muy convincentes para llevar esta historia de espiral maléfica. Por recordar una escena, me quedo con el momento de angustia de la niña Ida en la cama al preguntarle a su madre qué se hace cuando se tiene un problema (el acoso mortífero de Ben). Ella le responde: ir a la policía o resolverlo por uno mismo. Y ya se sabe lo que decía Hitchcock de ir a la policía: “Acudir a la policía es una lata”.
A mi personalmente,la luz del Mediterráneo en la peli de Ibáñez me impacto para ser una peli de terror,le daba algo inquietante y lu.inoso que se me ha quedado grabado
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