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sábado, 1 de noviembre de 2025

Seminci 2025: Jornada 8ª

La vaca se quedó sin leche en la Seminci el último día


Junto a la actriz Isabelle Renauld 


La mañana de la última jornada semincera del viernes fue para ver la película de clausura, Siempre es invierno de David Trueba y las dos últimas de la Sección Oficial a concurso: Orphan y Yes.

Los festivales suelen programar casi siempre pelis -obsérvese que no digo películas o filmes- para que ese público, antaño emperejilado, que gusta de pavonearse y cerrar contratos de construcción o financieros, asista al certamen dando una buena impresión burguesa en el mismo.

Para ello tenemos a David Trueba, hombre de verso habilidoso, agradable y cálido conversador, culto y, por qué no decirlo, con cierto atractivo para algunas mujeres con ese abundante pelo cano. El amor en el mundo femenino entra mucho por la palabra, por el oído. Presentó Trueba su adaptación al cine de su novela Blitz (2015) publicada por Anagrama. 

La filmografía del director madrileño no destaca en demasía salvo por La silla de Fernando y Saben aquell, en esta última con un notable David Verdaguer. Vuelve a recurrir a él para encarnarse en Miguel, un arquitecto paisajístico que viaja a Lieja para asistir a un congreso de arquitectura junto a su pareja (Amaia Salamanca). Trueba se la juega en el primer plano de la peli, pues muestra la causa de todo lo que le pasará a Miguel en la historia. En un kebab, mientras pide una consumición, su novia sentada en la mesa manda por error un mensaje a Miguel en lugar de a su antiguo novio con el que ha reiniciado relaciones a espaldas del oficial. La carita de Verdaguer es de cordero degollado, junto al texto de whatsapp en la pantalla: «Hola amor. Todavía no se lo he dicho. No he encontrado el momento todavía», bueno o algo parecido. 

El tiempo se detiene. O debería detenerse porque son cinco años de relación sin hijos. Lo único que se le ocurre decir al pánfilo a su Marta es que está bien y que quiere quedarse unos días en Lieja. Allí conocerá a una sesentona llamada Olga y... paguen la entrada para saber qué pasa después. 

Me ocurrió una cosa curiosa. Mientras contemplaba a la actriz que encarna a Olga, Isabelle Renault, mi cerebro saturado, alcoholizado por millones de imágenes me decía que la conocía de algo. Y así era: estaba en una de las más emocionantes películas que vi en el siglo XXI: El pabellón de los oficiales de François Dupeyron. Así que sufrí una aparición mariana. Fruto de ello concebimos la foto de arriba.

En rueda de prensa, David Trueba no quiso mencionar que el relato es en parte autobiográfico, pues debió escribirlo tras conocer que su exmujer se había enamorado de otro. El consejo que nos dio a los allí presentes -nadie se movió de la silla hasta el final, por cierto, cosa que no ocurre con otros directores, sobre todo si extranjeros- es que si uno pasa por una crisis sentimental lo mejor es salir a la calle. Espero que a uno no le pille una crisis sentimental en Lieja, pues en opinión de David Verdaguer, Lieja, ciudad natal de los hermanos Dardenne, que pillarán premio este año me temo, es de las ciudades más feas que hay.

Hay dos frases que definen la esencia de la película. Una se la dice Olga tras encontrarle sentado en un banco público, abatido y aterido de frío, e invitarle a su casa para que no muera congelado: «Si no hay amor, siempre es invierno». La segunda la dice Miguel pero tendrán que gastarse el dinero de la entrada porque yo en estos momentos no la recuerdo.





Orphan es la propuesta de un director húngaro llamado Lászlo Nemes, que se puso en el mapa de los cinéfilos y menos en el de los espectadores comunes, por una obra que ganó el Oscar a Mejor Película Internacional titulada El hijo de Saúl. En esta ocasión, en su tercera obra fílmica, vuelve a la figura del hijo con tintes autobiográficos. La sitúa en el Budapest de 1957, después del aplastamiento por parte del régimen comunista de la disidencia. Es casi lo de menos, pues  lo fundamental es la rabia que lleva Andor, que no hace más que rezar por llegar a conocer a su verdadero padre, desaparecido en la II Guerra Mundial. Lo peor de esta obra de 132 minutos es el guion, que da vueltas a la noria por saber si hallará o aceptará a un carnicero que dice ser su padre. Contiene una secuencia final en una noria realmente sobresaliente, pero el resto del metraje me pasé deseando la muerte de un huérfano insufrible. Las heridas de la infancia se han retratado mucho mejor en otras películas de esta edición de la Seminci, por ejemplo en Sorry, Baby o en la más agradable de ver La chica zurda.




La noche se prometía movidita en el Teatro Carrión pues se proyectaba Yes del director israelí Nadal Lapid. Una manifestación de unos doscientos pro Palestina se congregaban ante las puertas del teatro gritando algo de que era una vergüenza proyectar filmes Made in Israel. Lo que más me cabrea es que los manifestantes no habían visto la película y no tenían ni puta idea de qué iba. Yo aguanté una hora de los 149 minutos de metraje. La historia está contada e interpretada como si todo el plantel artístico y técnico estuviera colocado constantemente y la cámara no deja de girar y moverse de arriba abajo y de abajo arriba, girando como si fueran Franco Battiato cantando Yo quiero verte danzar (ya saben, Yo quiero verte danzar como los zíngaros del desierto con candelabros encima...),  en un estado demencial de creación autoral, de diálogos imposibles, de besitos, de fiestuquis, de noticias de guerra. Llegué a escuchar la versión del Aserejé hasta el punto de que llegó a gustarme porque yo ya estaba en estado cocainómano. 

Llegué a entender, entre diálogos de besugo, que un tipo llamado "Y", pianista y animador de fiestas de alto nivel (aparece por ahí el jefe del Estado Mayor y otros figurantes de finanzas y demás High Society) y su bombón de esposa están tratando de sobrevivir a la guerra en la que su país está inmerso. Hasta que le mandan componer una letra para un himno nacional. Supongo que el tipo entraría en crisis entre su deber moral con la patria israelí y tener la sensación de que su alma artística se vendía por un montón de pasta que le solucionaría la vida a él y a su familia. Pero no aguanté más y recogí mi bolsa y me marché del Carrión para no perder más tiempo en majaderías. El Ribera de Duero y la buena compañía hicieron que la noche no fuera para pegarse un tiro. 

Por cierto, dentro del teatro, el personal de seguridad vigilaba por si algún majadero de los que se manifestaban fuera había entrado para dinamitar la proyección. ¿Creen que alguien pagó la entrada para ello? Ya saben, cuando uno se tiene que rascar el bolsillo, no hay distinción entre progres o conservadores.






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