El cine me guiña el ojo por tres veces
Segundo día de rodaje de la 73ª edición del Zinemaldia. Hay días que merece levantarse a las 7:30 de la mañana aunque estés de “vacaciones”. Y con lluvia.
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Fotograma de "Nouvelle Vague" de |
No iba con grandes esperanzas para ver una de las Perlas de esta edición titulada “Nouvelle Vague” dirigida por ese idolatrado Richard Linklater, pero he de decir que he disfrutado como un enano. Y mi estimación por el enfant intelectual llamado Jean Luc Godard ha subido en la cotización de “aprecios”. Sé que es una película que apreciarán, disfrutarán y entenderán los muy cinéfilos. A mi lado un Mafaldo joven que se habrá tragado ya más películas que yo con su edad así me lo confirma.
Lo más milagroso es que una peli en blanco y negro, con aroma a ese año de 1960 donde un crítico de cine llamado Godard y con ínfulas de comerse el mundo se pone a dirigir en 20 días un demencial rodaje que acabará siendo una de las películas más idolatradas titulada “Al final de la escapada” con Jean Seberg y un desconocido Jean Paul Belmondo. ¡Y funciona!
Milagro me parece que un guion lleno de humor, repleto de citas y un casting meritorio con un sinfín de personajes que existieron en esa época funcione. Y funciona como si fuera un motor de F-1.
En una de las secuencias del proceloso rodaje de “Al final de la escapada”, un personaje le comenta al director que al crear una película existen cinco: la que escribes en el guion, la que haces en el casting, la que ruedas y la que montas y la quinta se me ha olvidado. Aparecen decenas de personajes que alumbraron la Nouvelle Vague gracias a Cahiers su Cinemá, todos con su nombre sobre impresionado en pantalla que hace menos desorientador el vericueto de personajes.
Jean Luc Godard era un intelectual que rodó con un productor que, si no hubiera sido su amigo, habría suspendido el rodaje de una película que no tenía plan del mismo. Todo estaba al albur de lo que se le ocurría al bueno de Godard mientras jugaba al pin ball en una cafetería parisina a la espera de la inspiración. El productor tenía que escarbar en la papelera en busca del papel de rodaje que había tirado el director para saber qué se iba a rodar… si se fuera a rodar, claro. No había maquillaje, no había raccord no había diálogos escritos, por no haber no había ni inspiración en algunos de esos días. Truffaut le aconsejaba, Rohmer, Jean Pierre Melville, Chabrol, Bresson… Vemos el quién es quien de la década de los sesenta en el cine francés. Todo un homenaje lleno de amour fou por parte de Linklater.
Ya tenemos dos versiones de lo que es el cine: una nos la ofreció François Truffaut en “La noche americana”; la otra Linklater con esta visión del rodaje de “Al final de la escapada”.
Como dice Jean Seberg, por fin se ha acabado esta mierda de rodaje que, milagrosamente, se ha convertido en una película que lucirán en sus anaqueles los cinéfilos, tanto de Godard como de Linklater.
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Maïlys Vallade y Liane-Cho Han, directores de "Little Amélie" |
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"Un simple accidente" de Jafar Panahi |
La tercera Perla que hemos podido ver en el Tratro Principal tenía el marchamo de haberse erigido en la ganadora de la Palma de Oro en Cannes. “Un simple accidente” es una película profundamente política, una diatriba contra el régimen actual del gobierno del líder supremo Ali Hamenei. Panahi tiene una forma de escritura cinematográfica que no me seduce y, siendo ya la tercera y a una hora como son las 16:45, pues se me hace cuesta arriba asistir a un viaje o recorrido donde diferentes personajes se van apuntando para descubrir si un hombre es un antiguo miembro del Servicio de Inteligencia que ha ejercido la violencia en complicidad con el régimen.
Los que han sufrido sus devastadores métodos de tortura, no pueden afirmar con rotundidad que es él y no otro como afirma el retenido. Las torturas dejan huella indelebles: desde recuerdos olfativos, olorosos (el sudor) o táctiles como las cicatrices en una de las piernas que tiene el torturador y que se regodeaba en el pasado al obligar a sus víctimas a tocarlas. Pero nadie de sus víctimas le ha visto la cara. Con ese suspense juega el guion mientras los personajes se debaten en qué hacer.
La historia comienza como drama y poco a poco va deslizándose hacia situaciones ciertamente cómicas, por no decir absurdas. Pero Jafar Panahi se vuelve a poner serio para enjaretarnos un plano secuencia fijo que se hace agotador y revelador de las intenciones políticas del director iraní. A constatar el muy comentado plano final entre los asistentes como uno de los más evocadores e inspirados de que la sombra de cualquier régimen dictatorial es alargada aún no ejerciendo la violencia explícita.
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Cartel de "Maspalomas" de los directores Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi |
Era difícil superar el nivel de la dos primeras películas de esta mañana. Pero José Mari Goenaga y Javier Arregi, Arregi y Goenaga, porque tanto monta como monta tanto con su “Maspalomas” lo han igualado o tal vez superado. El guion es espléndido -algo a lo que Jean Luc Godard no daba importancia-, es la base para que todo lo demás funcione. Ayer me topé con ellos ante los cines Príncipe de San Sebastián y les comentaba que si hay un tema que está presente en todos sus filmes es el de la identidad. Ellos me lo confirmaron. Y viendo la historia de Vicente de 76 años que durante cincuenta años pasó de ocultar su identidad verdadera a vivirla durante otros 25 años con naturalidad, se confirma. Es una historia luminosa, tierna, a ratos humorística, intimista, sensible y, por qué no decirlo, hasta puede considerarse una feel movie. De esas historias que sales creyendo en la humanidad, de que el mundo es cada vez más lúcido a pesar de que el coronavirus -se desarrolla entre 2019 y 2020- obligará a Vicente a meterse no en el armario sino en casa por la obligada reclusión de la población. Hay escenas que se te quedan clavadas en la retina y -lo que es mejor- en el corazón. Diálogos, miradas y una música que revitaliza -más que acompañar- a este hombre que deberá ingresar en una residencia.
Algo muy vasco es decir las cosas porque aquello que no tiene nombre no existe. “Soy homosexual. Ya está. Lo he dicho”, dice Vicente a una psicóloga. Peor ahora se siente vacío pues lo que durante años fue un problema que ocupó su cabeza ahora no existe. Antaño uno ligaba -siendo hetero o gay- en los bares. Ahora nos quedan las aplicaciones y Maspalomas, que como bien dice Vicente, no deja de ser otro armario pero más grande.
Ya es hora de que los de Moriarte e Irusoin se lleven la Concha. Y teniendo en cuenta que que J.A. Bayona es el presidente y sabiendo por dónde van sus gustos este año sí o sí. Nos alegraremos mucho pero si no ocurre nos alegraremos más si el público asiste a esta obra. A la salida oía calificativos como “peliculón”, “maravillosa” y a espectadores emocionados ovacionar otra vez tras los títulos de crédito mientras escuchamos a Franco Battiato cantar “La estación de los amores”.
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Fotograma de "Una quinta portuguesa" de Avelina Prat |
La noche quiso darme una sorpresa. No ya por la película de Avelina Prat, Una quinta portuguesa, sino porque de las cientos de películas que hay programadas, de los cines que existen para el Zinemaldia, de horarios, filas y asientos me siento con una paisana. De alguna manera verla es como sentirse en casa. Y algo tiene que ver también con el filme, una ópera prima con evocación a pieza de cámara con pocos personajes y donde el azar juega su baza. La elección de Manolo Solo, un profesor de geografía, es el gran acierto del filme. Los mapas sirven para limitar fronteras y ordenar el caos que es el mundo. Pero la vida de Fernando se verá alterada cuando su mujer abandona la principal frontera que tenemos todos: la puerta de su hogar de regreso a Serbia. La huida sin explicaciones hará que Fernando también cruce otras fronteras: las emocionales y la de hacerse pasar por otro. En Portugal descubrirá que puede encontrar refugio en una quinta portuguesa, una casona rodeada de espacio suficiente para cultivar plantas y frutales, unos seres menos complicados que las personas.
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