LA MIRADA INDISCRETA
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n 1935 la productora Metro Goldwyn Mayer encargó al director George Cukor una nueva adaptación de la novela titulada “La dama de las camelias” de Dumas hijo. El argumento es bien sabido: Margarita (Greta Garbo), de clase baja pero de gran hermosura, se convierte en una cortesana (lo que en nuestro tiempo llamaríamos ‘escort’) de la alta sociedad parisina del siglo XIX en busca de riqueza.
El teatro era lugar de cortejo y de miradas interesadas, al menos en el pasado. Yo no he ligado nunca en él. En una de las mejores escenas del filme, Margarita acude con una amiga alcahueta a uno de los palcos donde ésta última ha concertado una cita para quedar por primera vez con el rico barón de Varville, y así lograr un matrimonio de conveniencia: él disfrutará de la hermosura y del cutis de Greta Garbo y ésta podrá ser tan manirrota como la billetera del barón lo permita. Pero he aquí que la entrada no corresponde con el palco a donde esperan tener la cita con el barón. El palco está ocupado por la rival Olimpia, otra cortesana, que, sagaz lector, aspira a lo mismo que la Garbo. Sin embargo, esto no es óbice para que ambas esperen juntas a la llegada de Varville, previo acuerdo de entregar luego una toca de piel a Olimpia si se marcha en el entreacto.
En el descanso de una actuación, Olimpia otea con sus prismáticos la pieza que, como cortesana que es, anhela cobrar sin disparar (las mujeres, ya se sabe, son más civilizadas). Pregunta a Margarita si ve a un hombre de pies (el barón) en el patio de butacas.
A lo que Margarita con los suyos delante de su rostro responde que sí e, intrigada, pregunta por su identidad. Olimpia sonriente le dice: “Es el fabulosamente rico Barón de Varville”.
El humor de la escena surge en el equívoco del objeto de la mirada, pues mientras Olimpia se fija en el barón, Margarita lo que ve por sus gemelos es al joven Armand Duval (interpretado por un apuesto de 25 años Robert Newton), creyendo por error que es el acaudalado Varville.
De ahí que Margarita añada: “No creí que hubiera hombres ricos con ese aspecto”.
El enredo de las miradas continúa porque ahora es el barón quien, al mirar al palco, sonríe al fijarse en la Gautier, mientras que Olimpia cree que la sonrisa está dirigida hacia ella. De ahí que diga ufana: “He cambiado de opinión. Te puedes guardar tu toca. El barón de Varville viene a este palco y voy a esperar para conocerle”.
La grandeza de esta escena surge,
buscando una analogía lingüística, de las relaciones establecidas por los planos
entre sí de naturaleza sintagmática, es decir, el espectador al relacionar un
plano con el anterior y el posterior posee la clave del enredo. Y eso provoca una sonrisa en nosotros.
Acabo el artículo refiriéndome a la imagen de la que en principio iba a versar el artículo y que lo introduce.
Decía McLuhan que “el cine nos permite enrollar el mundo real en un carrete para poder desenvolverlo luego como si fuese una alfombra mágica de fantasía”. Pues mientras veía esa alfombra mágica, me di cuenta de que en la escena de una boda, Margarita Gautier besa a la novia tras la ceremonia en dos ocasiones. En la primera, en sendos carrillos, pero en la segunda ocasión me pareció un beso en los labios (contemplese el instante recogido en la fotografía).
Tal vez mi mirada sea también un enredo mental mío y vea algo que no exista, pero la pertinaz soltería de la actriz Greta Garbo dio pie a múltiples rumores en los medios acerca de su lesbianismo, en una época donde tal conducta sexual no era bien vista. Un beso lésbico captado sutilmente por la cámara… ya se sabe que el cine enrolla el mundo real. Y me imagino a su director George Cukor, homosexual en la sombra, esbozar una sonrisa cómplice y pensando en cómo tratar sortear al código Hays, ese "code to govern the making of motion pictures" que se empezó a aplicar por las fechas de la película.
Muy bonito beso,nazca de la actriz o del personaje!
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