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sábado, 27 de agosto de 2022

Vivir (Ikiru, 1952) de Akira Kurosawa

¿QUIÉN ES EL Sr. WATANABE?

PIERDO MI VIRGINIDAD... japonesa

 

Con 20 años tuve la fortuna de encontrarme por primera vez con el cine japonés. Fue en 1986 viendo Ran (1985) de Akira Kurosawa en el cine Gran Vía de Bilbao, hoy llamado Sala BBK por aquello de quien es dueño lo bautiza a su manera. El ver en unos caracteres japoneses en rojo sobre fondo negro los títulos de crédito y con una música que evidenciaba el drama shakespeariano que se avecinaba era como ver un ovni volando: impresionaba, la verdad. Aunque más impresionaba la novia que tenía mi lado en la butaca.

Akira Kurosawa fue la puerta al cine nipón para el público occidental ya que en 1951 ganó el León de Oro en el Festival de Venecia por Rashomon (1950), abriendo así el paso a otros grandes del cine japonés, tales como Ozu, Mizoguchi o Ichikawa. Eran tiempos en que un festival tenía su relevancia en la sociedad, no como ahora que han perdido influencia.

Tras su éxito con Rashomon, Kurosawa tuvo mayor libertad artística (esto no solo ocurría en Hollywood, que te daban un cheque en blanco si tu anterior filme era una exitazo). Tras El idiota, su siguiente película, y obra maestra, fue Vivir (Ikiru, 1952), que ya era la 13ª obra que tenía a sus espaldas. Si tuviera un hijo, le habría puesto el nombre de Ikiru.

Sé que el hecho de que sea en blanco y negro y con una duración 142 minutos (según la copia remasterizada y distribuida por Filmax vista por mí) echa hacia atrás. Pero les aseguro que merece la pena.

 

DE QUÉ VA

Vivir aborda la vida de un burócrata ya talludito que trabaja en un ayuntamiento y que ha pasado 30 años de su vida entregado a la administración. El arranque no puede ser más impactante. El primer plano es una placa médica en blanco y negro del protagonista, el Sr. Watanabe, interpretado por Takashi Shimura. Una voz en off aséptica nos diagnostica lo siguiente:

"Esta es la radiografía de un estómago, el del protagonista de nuestra historia; en ella aparecen indicios de cáncer, pero él todavía lo ignora"

 

El siguiente plano es del Sr. Watanabe sentado tras una mesa de oficina, a la que una compañera le ha puesto el apodo de la Momia (si ven la película sabrán el porqué). Obsérvese que su figura es la de un hombre cansado, sus hombros encogidos por la vida, su rutina de sellar documentos y esos legajos apilados a sus espaldas ya escenifican perfectamente su vida:  vacía y rutinaria. Huele a Sartre y Camus, créanme.

 

 Ikiru (1945)

 

La película es existencialista y humana. El señor Watanabe buscará el consuelo del "otro" al saber de su desgracia (magnífica la escena en la antesala y luego con el médico). Pero no la hallará ni en la religión ni en la familia, lo que da pie a varios malos entendidos dramáticos. La compañía de un escritor de poca monta con el que topa en un bar  y, sobre todo, la posterior con una joven compañera de la oficina no hace sino reafirmar su soledad. 

Otro aspecto del existencialismo es el significado de la vida, de lo que hace uno con ella. Watanabe hace un repaso de su vida y se da cuenta de que ha sido estéril y vacía. Magnífico el momento en que recuerda cómo yendo en un auto con su hijo detrás del furgón funerario con los restos de su mujer, éste último dice que aceleren porque "la perdemos". Su sacrificio, quedándose viudo para centrarse en la crianza de su hijo, no le reportará la satisfacción pretendida . 

El existencialismo afirma que el hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetiva e individualmente y que requiere de una férrea voluntad. Es por ello que Watanabe busca en la acción de sus últimos meses de vida un objetivo: la construcción de un parque público. Aquí asistiremos a una de las mejores escenas de la historia y del cine.

 

  "¡Ah, qué hermoso... realmente hermoso! Llevo treinta años sin contemplar una puesta de sol", dice Watanabe en este hermoso plano.

 

 

Ikiru (1952)

 

TODAVÍA QUEDA LA PRÓRROGA

Cuando creemos llegar al final de la historia, viene la segunda parte. Se aborda la memoria colectiva sobre él. Los ritos funerarios celebrados en honor del protagonista (una foto presidirá todo este bloque) nos irán desvelando lo que para el resto de amigos y familiares es un misterio: ¿sabía Watanabe lo que le pasaba?, ¿fue empeño suyo la construcción de un parque? 

Hemos de conocer el contexto de la época para disfrutar y entender mejor esta segunda parte. El historiador Tadao Sato nos dice que:

"Durante los años 40 y 50, el Japón en aquella época era una país herido por la guerra, un país derrotado. Los japoneses no teníamos mucha confianza en nosotros mismos (...), creíamos en conciencia que nunca tendríamos razón ni fuerza para crear algo nuevo."

Kurosawa confirma este estado de ánimo colectivo y su desoladora visión de la condición humana. Buena muestra de ello es la actitud de ciertas figuras en el velatorio, como la del teniente de alcalde o la del nuevo jefe de sección que reemplaza a Watanabe. La escena final es demoledora.

Créanme, merece la pena sus 142 minutos.

 

 

 


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