Un paseo hacia el Auditorio bilbaíno
La cita es a las 20:45. Como he llegado pronto, me presto a dar vueltas por Rodríguez Arias, Licenciado Pozas o José María Escuza. Me paro delante de un escaparate de una tienda de deportes. En ella veo una bicicleta a 2.500 euros. Un peatón que se ha parado a mi lado me hace notar la barbaridad de los precios. Y le contesto: "Con ese precio, uno no debería dar pedales". Se sonríe de la ocurrencia y prosigue su trayecto.
En la calle José María Escuza, están los cines Multis-7. Compruebo que, a pesar no de no haber ido en varios años, sigue teniendo el mismo aspecto y la misma desolación ante el desierto de espectadores ante la taquilla y en el vestíbulo que cuando iba. La taquillera me mira. No le doy oportunidad de entablar comunicación visual y le doy plantón.
Al lado, está el bar Pandrino's. Los motivos cinéfilos (ya saben, fotos de Bogart, Ingrid Bergman y otros actores clásicos) han sido sustituidos por otros motivos más acordes con los tiempos: los del Athletic Club.
Doblo la esquina por Licenciado Poza. Compruebo que la boutique, donde me quedaba contemplando su escaparate antes de entrar al cine, ha desaparecido. Era pequeña, todas lo son, pero su escaparate mostraba una ropa interior delicatessen. Afloraba en mí momentos de sublime lujuria, de intensa emoción que acababa cuando me decía que seguía "soltero". Ahora, es una Beauty nails, que es lo que llevan las mozas del vagón del metro: uñas largas y perturbadoras. Como bien decía el bueno de Bob Dylan en su canción, the times they are a-changin.
A veces me paro en escaparates que, por su luz y contenido en el interior, me llaman la atención. Llueve y cuando voy a sacar la foto aparece una pareja que ahuyenta la soledad de la instantánea e, incluso, la romantiza.
Sigo calle abajo, y compruebo con
satisfacción que aún quedan pequeñas librerías. Su escaparate es un
síntoma de resistencia. Dos flexos iluminan con cierta lobreguez un
apiñado fondo de entre los que destaco: La condición humana de André Malraux y el superventas Gente tóxica de Bernardo Stamateas.
Es hora de entrar en el Palacio Euskalduna. Me gusta entrar por la puerta de babor de esta imponente sala, antes astilleros (industria por cultura). Desde que se inaugurara en 1999, la pared del vestíbulo lateral empieza a mostrar signos de su pasado todavía reciente: fotografías de los más ilustres artístas relacionados con la música. Pero hay dos que tienen más relación con el cine: Woody Allen por su clarinete y José Coronado que se le ve ¿recitar o cantar?
En la proa de este enorme navío que
contiene un auditorio en su interior, la fecha de su botadura, Bilbao,
19 de febrero de 1999, y una lista de los que nacieron ese día en
Bizkaia. No encontrarán el mío. ¿Qué serán de ellos ahora con un cuarto
de siglo?
Sigo haciendo un poco de tiempo. Y me saco otra fotografía mirando desde la figurada cubierta del barco. Ahí está la Ría de noche y si afinan la mirada el fantasma en el que me estoy convirtiendo.
La cita es con Georges Bizet, compositor de música francés. Les vendrá a la cabeza la que le hizo famoso en vida: la ópera Carmen. Pero en este evento llamado "Musika-Música", he elegido por 15 módicos euros, escuchar su Sinfonía nº 1. Bizet la compuso cuando tenía 17 años en 1855 y tardó un mes. ¿Qué hicieron ustedes con esa edad? Las que veo de Carnavales en el vagón ya me lo dice todo. Pero, ¿y ustedes? En mi caso llevé a Astrabudúa la representación de una obra de teatro. Creo que era la primera vez que se veía teatro en ese lugar abandonado, no tan infernal como la Comala de Juan Rulfo pero sí más contaminada. Era una mierda de obra. Lo reconozco. Pero una mierda teatral que tuvo su gran éxito, no como el pobre Bizet que en apenas 36 años de vida no tuvo ocasión de probar apenas las mieles del éxito.
Bizet compuso la sinfonía en 4 partes, como mandan los cánones, y la duración apenas llega a la media hora. La escribió mientras estudiaba en el Conservatorio de París. Sin embargo, nunca quiso saber nada de ella. No existe mención en su correspondencia y para sus primeros biógrafos era desconocida. ¿Por qué? Vaya usted a saber.
Tres de los cuatro movimientos, llevan el nombre de: Allegro vivo, allegro vivace y finalle, allegro vivace. Como ven los 17 años del mozo y la energía vital que conlleva esa edad están presentes en la obra. Mientras escucho el primero, me imagino a Bizet yendo por las calles parisinas atestadas de gente, carromatos, carrozas y demás caballeriza con ese frenético ajetreo del día a día rumbo a su conservatorio. Necesito acoplar imágenes al audio. La abstracción de la música se me hace difícil. Es como no acompañar un plato con una copa de vino. ¿Les pasa a ustedes?
Sin embargo, me quedo con el segundo movimiento, que lleva la denominación de andante, adagio. Llevo dándole vueltas al majín intentando descubrir en qué película he oído ese tema melódico. Se lo pongo a ustedes por si alguien lo recuerda. Yo desisto. Una oleada suavemente in crescendo de violines y violas tiene su contrapunto con los oboes y el fagot. Cuando todo parece ir desplomándose con una sucesión de pizzicatos, aparece un sólo de oboe. Luego más pizzicatos con los instrumentos de cuerda a modo de gotas de lluvia. Me entra la melancolía. Tal vez Bizet recordaba un desamor de juventud mientras componía este adagio para esta parte. A saber.
https://youtube.com/clip/UgkxAKHr5jH83BRUp0x3FT1v0KJ3SGSvjrP2?si=iQP_S23xxRJJmuwp
Al inicio del concierto, había inmortalizado el momento antes de que entrase a escena el director de la Orquesta de Galicia, Andrew Litton, a cuyos andares les vendría bien el cuarto tema titulado En la gruta del rey de la montaña que corresponde a la suite Peer Gynt, que tuvimos la ocasión de escuchar previamente a Bizet.
De la suite Peer Gynt, es fácil crearse imágenes para la primera parte titulada La mañana. En esos momentos, me imaginaba a una fiel lectora escuchando a primera hora del día el tema, mientras por la ventana de la cocina los primeros rayos de sol entraban para besar su cabello azabache. Su marido dormido, mientras su deseo de Carnaval volaba fuera del hogar. "Y que sea lo que Dios quiera", se decía a sí misma mientras se moja las ganas en el café, magdalenas del sexo convexo...
La vuelta en metro volví a ese estado delicuescente y fantasmal. Una muchachita con botas altas y falda corta entra en el vagón y se pone a mi lado dándome la espalda. Recordé en esos momentos unas palabras de una compañera de trabajo que había sobrepasado la sesentena: "A partir de esa edad, una mujer se vuelve invisible". También los hombres, también.
De camino al bar Stop de Astrabudúa, rememoré que este año la ganadora del Oscar a Mejor Interpretación había sido para la veinteañera Mikey Madison por Anora. Frente a ella, los espectros Fernanda Torres de 59, Demi Moore, 62 años, y las cuotas de wokismo espectral en Hollywood: Karla Sofía Gascón de 52 años y Cynthia Erivo de 38.
Con una copa, o más, a veces podemos creernos que nos encarnamos de nuevo. Parafraseando a Oscar Wilde: si la Naturaleza hubiera sido más benévola con la vejez, la humanidad nunca habría inventado el arte para consolarnos del destino funesto que a todos nos espera. Gracias, Bizet; gracias, Edvart Grieg.
Bonita descripción de mi zona. Me sorprende que te has dado cuenta de la desaparición de la tienda de lencería... Ya lo comentaremos en directo. Me ha gustado tu artículo.
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