Torre Baró es Barcelona
Estimado primo S.:
Antes de que fuera al Zinemaldia me preguntaste por El 47, la película de Marcel Barrena. Te contesté que no la había visto, así que no podía decirte nada. Querías verla y antes de hacerlo, me solicitabas mi opinión. Bueno, te dije, en cuanto regrese de la guerra de proyecciones me aventuro a verla y te comento. Una palabra dada es ley en el País Vasco. Ayer, en un día desapacible en lo meteorológico, me fui a verla aprovechando que los miércoles es más barato.
Los cines Getxo Zinemak del Puerto Deportivo de Getxo. |
El 47 se estrenó el 6 de septiembre de 2024. En un mes en cartelera lleva recaudado un millón ochocientos mil euros y la han visto 263.000 espectadores. ¿Un milagro? Casi. Hoy en día, un milagro es que un millón de asistentes acudan a verla; medio milagro, medio millón. Así que la película de Barrena está obrando el cuartillo de milagro. Estoy convencido de que todo este éxito les ha pillado de sorpresa; vamos, que no esperaban tal aceptación.
Como supongo que ya la habrás visto, no te desvelo nada si te cuento que El 47 narra la vida de un extremeño, Manolo Vital (Eduard Fernández), que junto a tantos emigrantes de otras regiones de España tuvieron que emigrar en busca de un sustento a tres zonas que, por los 50 en adelante del pasado siglo, estaban más industrializadas y ofrecían más oportunidades de mejora de vida: Cataluña, Madrid y País Vasco. Así empieza la película, con un dato que a muchos les parecerá peregrino: había una ley de por entonces que señalaba la imposibilidad de tirar abajo una construcción si esta ya tenía techo al amanecer.
Uno de los planos que conserva todavía mi retina es ver a los picoletos encabalgados o andando hacia el incipiente barrio de Torre Baró en Barcelona junto a una cuadrilla para echar abajo las construcciones de viviendas (chabolismo) que no tuvieran tejado. Las han construido gente emigrante y humilde pero que han pagado por esas parcelas. Y vemos el sol ya por encima de la montaña, despertándose y despertando la maquinaria autoritaria y "legal": como no están techadas, el guardia civil, de orígenes andaluces creo recordar y magníficamente interpretado por Vicente Romero, manda derruirlas.
Lástima que el antagonista salga tan poco. En la primera confrontación le pregunta al que parece el líder del grupo que quiere asentarse "detrás de la montaña de Barcelona", Manolo Vital:
—¿De dónde es usted? —le pregunta.
—Soy de Valencia de Alcántara, provincia de Cáceres.
—¿No había espacio suficiente allí para vivir?
Manolo tiene una idea para que al día siguiente todo el esfuerzo de aquellas humildes gentes no se vaya al garete. Les propone que, en lugar de levantar cada uno su propia vivienda, empiecen con una. Así les dará tiempo a techarlas. Y la suspicacia, que es enemiga de toda solidaridad en un colectivo, aflora. Alguien pregunta que por la casa de quién empezarán. Y Manolo le responde con convicción solidaria: por la tuya. El ayudarse era algo que entre todo vecino era habitual. Vete tú ahora a pedir sal al vecino que ni siquiera conoces. Eso se ha perdido. Tal vez porque ya no nos necesitamos el uno al otro.
Lástima que el personaje de Romero, el guardia civil, quede en tres intervenciones apenas. Y ese es problema de guion, que durante los 110 minutos va dando retazos de una época pero que no contribuyen a armar un verdadero armazón dramático que haga que la película tenga mayor interés. Hay pequeñas historias paralelas que, aunque den nota de color, como el personaje de la hija, la esposa ex monja y su vocación de maestra en Torre Baró, el incendio en una casa, el vecindario, etc. no contribuyen a una vertebración de lo que nos importa: la llegada de los servicios públicos a los extrarradios. El hecho que da pie al título, el secuestro del autobús de la línea 47 por parte de Manolo Vital, autobusero de profesión, ocupa la parte final, pero en mi opinión se queda en una anécdota, insuficiente para insuflar mayor interés a la historia de reivindicación vecinal y de lucha por la dignidad.
Porque de eso se trata El 47, de la dignidad de unos inmigrantes que tratan de integrarse en una sociedad catalanoparlante, excluyente y clasista. De eso, Marcel Barrena apenas da apuntes, pues sabe muy bien que no ha de incomodar a nadie, salvo a Franco y al régimen franquista (ese monumento que es arrollado por el autobús al inicio de la cuesta que lleva al barrio de Torre Baró). Manolo Vital en su periplo por la burocracia administrativa recibe una contestación que vislumbra lo que para los ciudadanos de primera suponían los inmigrantes que venían a trabajar, a labrarse un futuro, a mejorar (la esposa de Vital incluso quiere alquilar un piso en el centro barcelonés con agua caliente y luz): "¿Usted para qué quiere que un autobús vaya a esa barriada de Torre Baró?". Y Manolo le responde: "Para que mi mujer o cualquier vecino pueda llegar a su casa". La respuesta, mi querido primo, evidencia a todas luces que en los 70 de aquella época había ciudadanos fantasmas: los desarraigados inmigrantes. Aquellos que, habiendo tenido que dejar sus vínculos afectivos y el terruño, veían que en el nuevo paraíso no eran nada, invisibles. Sin embargo, los extremeños, gallegos, castellanos u andaluces tuvieron el tino de acudir a aquellos lugares donde había trabajo. Y por eso pudieron salir adelante muchos de ellos. Dar una mejor vida a ellos y a sus descendientes.
Cola de espectadores en el interior de Getxo Zinemak del Puerto Deportivo de Getxo |
Los tiempos de hoy han cambiado. Ahora te vienen de culturas, creencias religiosas y con lenguas distintas. Y no precisamente a trabajar muchos. No tienen nada. Tienen la suerte de que hay un estado del bienestar que en los setenta del s. XX estaba en mantillas. Ahora las cosas son distintas pero los problemas de integración son mayores. Serán mayores.
No quiero desviarme, primo. Tan sólo recordar otra escena que me parece destacable. Es Manolo Vital que parece estar ensayando su reivindicación y ,al abrir el plano, le vemos que está en el puesto del alcalde del Ayuntamiento de Barcelona. Algunos políticos entran en el salón de plenos y uno le pide que le traiga una vaso de agua. Le confunden pues no pueden imaginar que un autobusero pueda llegar hasta allí en busca de una petición legítima: servicio de autobús para una barriada del extrarradio barcelonés. Costaba acercarse a la autoridad. Porque en aquella época, la autoridad era mucha autoridad (recuerda las escenas en que Manolo tiene que ensayar su discurso sobre qué y cómo debe pedir su reivindicación). No como ahora, en la que cualquier mindundi demagogo, inculto, vocinglero y arribista puede llegar a ser concejal, alcalde, ministro o...
Salíamos de una dictadura, primo, donde la palabra reivindicación no estaba en el diccionario de los ciudadanos. De ahí que las pintadas en las fachadas se convirtieran en los gritos de la ciudadanía que no tenían de casi nada: ni luz, ni agua corriente, ni escuela (recuerda el autobús que ejerce de aula de el Torre Baró) ni servicio médico. Recuerda el Seat seiscientos abandonado al inicio de la cuesta al barrio con una pintada: Torre Baró también es Barcelona.
En fin, a mí me ha parecido que la producción de Mediapro está realizada con poco dinero. Y eso se nota para mal. La labor de dirección artística no me parece que contribuya a darle un mayor empaque de verismo a la historia. Es loable, por contra, el uso de imágenes de la época en color y formato 4:3 que le dan una pátina documental. No olvides, mi querido primo, que el barcelonés Marcel Barrera había realizado antes de lograr éxitos en la ficción (100 metros y Mediterráneo), labores documentales. Tal vez, tú que vives en El Carmelo, otrora extrarradio y como dice Juan Marsé “barrio que es una ensalada picante de varias regiones de varios países”, la hayas disfrutado con mayor emoción nostálgica que yo. Y eso que ganas como espectador que apela a tus orígenes.
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Una espectadora contempla el cartel de la película que va a ver |
Como testimonio de una época, me parece suficiente pero como película, como obra artística, creo que no es nada del otro jueves. La vi con gente mayor, de 45 años en adelante. Esa es la clave de su éxito. Hay un público que desea revivir una época de reivindicaciones de la izquierda, de peticiones que mejoraban la vida de la gente, porque eran necesidades justas, vitales y de justicia. Las mismas que ahora (ironía “on”).
A la espera de que Correos te haga llegar pronto esta carta, recibe un fuerte abrazo de tu primo y felicita el cumpleaños a mi tía.
De primeras gracias Primo, me ha gustado tu punto de vista en general y tienes razón en que yo la habré visto con más nostalgia posiblemente que tú, al ser más cercano y por comparar mi barrio el Carmelo con Torre Baro por si similitud en casi todo, orografía del barrio falta de servicios en aquella época y origen de su población, un abrazo y sigue asi que vas bien.
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