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viernes, 28 de junio de 2024

Un cáncer de pene en forma humana

 «¡Nos vemos!... ¡Nos vemos!»

 


¡ATENCIÓN, NO LEAN ESTO SI NO HAN VISTO LA PELÍCULA!
 

 

 

¿Recuerdan las veces que hemos dicho eso a gente a la que creíamos especial, con la que pensábamos haber conectado y, luego ya la vida, el destino o lo que sea se encargó de que no nos viéramos más?

Rememoren por un momento las personas que han sido cruciales y nunca después se han vuelto a cruzar. ¿Las hay? Yo creo que todos tenemos alguna en la memoria: profesor, novia, médico, amiga, familiar...

Así acaba una película que desde hace tiempo me recomendó un buen amigo, al que llamaremos Orutra, con personajes que se cruzan, que son importantes en una etapa vital, el uno para el otro y que, tal vez, lo más probable, es que no se vuelvan a ver más. 

El otro día le escuché decir a Orutra en el bar Stop

—¡Eres como un cáncer de pene en forma humana!

Se lo dijo a un amigo de su cuadrilla, un pesado de buen corazón. Pero pesao. Sin la de para hacerlo más liviano.

 —¡Yo también os quiero, mis cajones!—, respondió con un cambio de vocal que provocó la hilaridad de los allí asistentes. Su intención era aludir a sus partes, pues para eso están debajo de su pene al que mi buen amigo había aludido. Y se fue zigzagueantemente tras haber estado entre copas con Orutra.

Hoy es el día en que sé a ciencia cierta de dónde le vino la inspiración. Bueno, la réplica de la frasecita ocurrente. Y lo sé porque acabo de ver, con su recomendación en mente larvada durante meses, una de las mejores películas de 2023: Los que se quedan de Alexander Payne.

El título alude a los estudiantes que, por diferentes razones, se deben quedar durante Navidad en un colegio privado, entre los que destaca dramáticamente Angus Tully (Dominic Sessa). Además, al que le toca pringar como tutor durante esos días es al profesor de historia antigua (Séneca, Demóstenes, la guerra del Peloponeso, esas cosas), Paul Hunham. Lo encarna Paul Giamatti. Es él quien dice muy al final, la frasecita del pene y el cáncer con las consecuencias que tiene decírselo a un director de colegio privado en los años 70. Ya se sabe que la diplomacia es la manera de decirse mentiras para encubrir la verdad, mientras que Hunham acaba rebelándose con la verdad sin enmascararla bajo el manto de la cortesía diplomática.

El trío, porque esta película está conformada geométricamente por un triángulo, lo forma una cocinera negra (lo digo porque es importante) llamada Mary Lamb.

Cada uno de ellos arrastra una pesada carga, unas carencias que el guion irá poco a poco desvelando y que usando un latinismo se concreta en Omnia vincit Amor, que creo que no hay necesidad de traducir.

Por eso Orutra y yo nos llevamos bien: somos creyentes acérrimos de la frase del poeta romano Virgilio. Y, sobre todo, de su continuación, Omnia vincit Amor, et nos cedamus Amor.

El amor todo lo vence, y nosotros cedamos al amor

La secuencia cumbre de la película de Payne sucede a la hora de metraje. El joven estudiante, el profesor y la cocinera del colegio son invitados por Nochebuena a pasar  por casa de una compañera que trabaja en el colegio y que organiza una fiesta. Y allí tiene lugar uno de los momentos más emotivos que hacía tiempo no sentía. Payne y su guionista entrelaza las carencias de los tres personajes en una admirable secuencia de diez minutos. El guion es sublime, porque combina el drama con la sutileza del humor. Tiene frases memorables pero que están bien imbricadas, sin caer en la pedantería, lo artificioso o el relleno. Y no cae en ello porque los personajes huelen, saben y se ven auténticos. Vamos, de carne y hueso hecho celuloide o como estén fabricados ahora los sueños-historias de cine.

Payne los dirige con sabia comprensión de los personajes, haciendo que cada gesto, cada frase, cada mirada, cada sonrisa estén labrados como si Payne fuera un orfebre esculpiendo sobre los actores: Angus tiene un plano en el automóvil de regreso al colegio tras haber visto a su padre que vale oro; el profesor Paul destila rigidez académica, profesionalidad en cada actuación y, sobre todo, un hambre de cariño y una amargura -el plano en el que descubre un hecho que le decepciona en la fiesta es oro puro- que la entierra en la bebida; por último, y no necesariamente en este orden, la cocinera Lamb trata de distraerse y ahuyentar el dolor del duelo por su hijo viendo la televisión, encubriendo ese corazón bañado en la pena. El que vea la película podrá descubrir el gesto de Lamb en casa de su hermana embarazada en el que desenvuelve y extrae la ropa de bebé, que (tal vez) perteneció a su hijo. Ellas se funden en un abrazo y nosotros queremos también abrazarlas porque compartimos ese sentimiento que es de adiós al pasado y de bienvenida al futuro: muerte y vida.

—¿Por qué le has llamado cáncer de pene con forma humana? — le pregunto a Orutra en el bar.

—Porque me decía que consideraba al mundo un lugar amargo y complicado. Y que le parecía que el mundo también pensaba lo mismo de él.

—Amargo y complicado.

—¿Qué quieres tomar? —Orutra siempre me invitaba—. ¿Una Miller High Life?

—¿Qué es eso?

—El champán de las cervezas —, y se ríe aunque no sé de qué.

—Prefiero una Leffe Brune, la cerveza que me descubriste.

Ahora sé que aludía a un momento de la película: cuando el joven pupilo quiere ser ya mayor bebiendo alcohol. 

Cuando eres joven, tienes toda una vida para aprender, para descubrir, sin dejar hueco al aburrimiento (o también), que para entender el presente hay que saber del pasado. Y eso es lo estimulante. Ya de mayor, a uno le queda pensar que el mundo es un lugar amargo y muy complicado. Sobre todo cuando no tienes amigos, no tienes el amor de unos padres, que te abandonan en un internado, o has perdido el cariño de un hijo trágicamente entregado a la patria por razones bélicas.

Me quedo pensando delante de la Leffe Brune que me trae la camarera Cecilia. Y tras darle un sorbo, le miro al ojo derecho de Orutra y le digo:

—Te he traído un regalo.

—De veras, no tenías que haberte molestado, chavalín —, me lo dice de verdad. De hecho, Orutra comparte, ahora lo puedo decir, la autenticidad del profesor Paul.

—Sí, es un libro, Meditaciones de Marco Aurelio. Para mí es como la Biblia, el Corán o la Bhagavadgītā, todos en uno.

Orutra se sonríe para sus adentros. Y me dice mirándome a los dos ojos:

—Lo leeré con mucho interés entonces.

—¡No sabes las cosas hermosas que se pueden encontrar en una librería!

—¿Caramelitos?

—Sí, caramelitos... también —. Y le doy otro trago a la Leffe sin comprender muy bien.

Una vez acabado los tragos, me despido de mi buen amigo Orutra diciéndole:

—Nos vemos.

—Nos vemos, sí.


Ahora que lo pienso me gustan las películas en las que hay una serie de ingredientes: la importancia de los libros, de la presencia de cines, librerías, de la amistad, de la ausencia de cariño, de la búsqueda del amor, de la presencia de perdedores, de personajes antagónicos que se compenetran, la nostalgia por Navidad, la lluvia o la nieve... y todo ello revestido con una cierta capa de humor de sonrisa. Casualmente lo tiene Los que se quedan. Y por eso me gusta.


El profesor Paul Hunham tratando de encontrar un caramelito en un libro.


domingo, 23 de junio de 2024

Historia de un beso

La SEMINCI se hace un "lifting" de labios a sus 69 años


Presentación de la nueva imagen de la 69ª Seminci 2024. A la derecha su director, José Luis Cienfuegos en su segundo año al mando.


¿Se acuerdan del dicho renovarse o morir? Dicen que se atribuye al filósofo y escritor vasco Miguel de Unamuno la frase de que el progreso consiste en renovarse, que luego dio pie al pueblo, ese soberano ente sabio en ocasiones, para hacerlo suyo y dejarlo en este mencionado refrán. 

El actual director del Festival Internacional de Cine de Valladolid, José Luis Cienfuegos, ha creído conveniente en su segundo año de mandato que había que renovarse empezando por la imagen del certamen. Bueno, ya se empezó en la selección oficial de 2023 otorgándole a Laura Ferrés la Espiga de Oro con una película a la que no han ido a ver ni 3.000 espectadores desde su estreno.

Toda marca, toda institución que se precie, toda organización necesita un logo visual. Y la de Valladolid son unos labios de color carmín. Pues este año lucirá una queiloplastia realizada por la agencia de diseño y creatividad gráfica PobrelaVaca Studio (todo seguido), con sede en Zaratán (Valladolid) y fundada por Ana María Hernández y Félix Rodríguez (Mr. Zé). Si teclean en Google cuánto cuesta un retoque o hinchado de labios, el precio oscila entre 1.500 a 3.000 euros. Lo que no ha trascendido, al menos no ha llegado a mí, es la pasta pública que ha costado este retoque de imagen del Festival.

 

Manuel Sierra, el pintor artífice.

 

El beso del celuloide, logotipo de estética pop diseñado por el pintor Manuel Sierra en 1984 por encargo del director Fernando Lara, supuso en su momento un cambio radical en la imagen del festival, rompiendo con su imagen conservadora.

 

Primer cartel con los labios que besan al cine. 1984

 

Es cierto que tanto el icono de los labios como el acrónimo SEMINCI forman una marca con un valor consolidado por el tiempo y que está muy vinculado al festival y a la ciudad. Lo que no me convence es su justificación, la necesidad de un proceso de renovación basado en mejorar la identidad, no en cambiarla, como afirman desde el comunicado de prensa a los medios. ¿Había necesidad de hacerlo?

Como informa la SEMINCI, esta imagen, aunque revisada en 2015, necesitaba una actualización tras 40 años y, para ello, la actual dirección del festival puso en marcha un proceso de selección a través de concurso por invitación al que han sido convocadas tres empresas de Castilla y León de la Asociación DIME, Diseño de la Meseta. La propuesta ganadora, realizada por PobrelaVaca Studio, incluye además la imagen oficial de la próxima 69ª edición. Esto ha provocado que no se haya celebrado el habitual concurso de carteles abierto al público desde al año 2009 cuando regía el certamen Javier Angulo. 

 

 

Cartel Seminci 2024
Simplicidad, modernización y versatilidad: claves del nuevo diseño y el cartel de este año


La propuesta de PobrelaVaca Studio para la nueva identidad visual de SEMINCI se basa en los conceptos de simplicidad, modernización y versatilidad, y se sostiene sobre dos pilares. El primero de ellos el respeto por la obra anterior y su significado, ese beso al cine que hace ya 40 años Manolo Sierra hizo y que, para los que han asistido y vivido el certamen, se ha convertido en un referente querido y hecho propio. Ahora ese beso se refuerza (?) con una identidad adaptada a los tiempos y formatos, a lo digital. Mi primera reacción al verlo es que yo no beso esos labios ni de coña. El cine es algo carnal, no me gusta besar a un cyborg. ¿Recuerdan el beso a ajos entre Deckard (Harrison Ford) y Rachael (Sean Young) en Blade Runner? Pues lo mismo me sugiere. 

En la red X se escribía de todo menos bonito:

  1. Si frunces el ceño muy fuerte, ves unos labios.

  2. No me gusta, me quedo con los labios de siempre.

  3. ¿En serio? ¿Hacía falta cambiar unos labios naturales por unos operados?

  4. Parece una dentadura postiza.

  5. Otro Eccehomo.

 

El segundo pilar ha sido la creación de una tipografía propia -SEMINCI Sans-, se han hermanado los laureles del Festival, formados por dos ramas de cinco hojas, con los cinco girones ondulados que ocupan el centro del escudo de la ciudad, y se ha optado por una nomenclatura internacional que aúna los idiomas español e inglés.

Todo esto me recuerda una gran verdad que oí en El secreto de sus ojos cuando trataban de descubrir al asesino: El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión... pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín, no puede cambiar de pasión. Y los labios de Manolo Sierra eran mi pasión. Y eso, como los muertos, no se toca, nene.


Evolución de la identidad visual de SEMINCI

 

 

1984. 'El beso del celuloide', cartel diseñado por el pintor Manuel Sierra para la 29 edición por encargo del director de Seminci Fernando Lara, que se empieza a usar como logotipo del festival a partir de la 30 edición.

 

 

 

 

2005. Diseño especial del logotipo del festival con motivo de la 50 edición de Seminci, con Juan Carlos Frugone como director.

 

 

 

 

2010. Daza Diseño & Comunicación rediseña el logotipo por encargo del director Javier Angulo: se incorpora la tipografía, se retoca el diseño de los labios y se elimina el fotograma que los enmarca. En 2014 se añade el lema "Cine de autor" al logotipo.

 

 

2015. Diseño especial para la 60 edición de Seminci.

 

 

 

 

2024. Nueva identidad gráfica de Seminci, creada por PobrelaVaca Studio por encargo del nuevo equipo de dirección, encabezado por José Luis Cienfuegos.

 

domingo, 16 de junio de 2024

Prohibido Smoke

Paul Auster, además de literato, también quiso probar a ser director de cine



 

El pasado 30 de abril de 2024 fallecía el escritor norteamericano Paul Auster. Cuando las bajas en esta guerra, que es la vida, empiezan a ser ingentes, ya no te afectan tanto: sólo quieres que la bomba no te caiga encima... o que te caiga cuanto antes. El ser humano es así: una copa, gusta; tres emborracha, con seis, empiezas a decir tonterías y a la décima empiezas a escuchar tonterías al beodo de tu médico de cabecera al oírle decir que tienes un problema con el alcohol.

¿Tendría que haberme afectado su muerte? Pues aunque no tuve trato directo con él, Auster ha estado en mi vida. Así que debería haberme provocado algo. Bueno, el hecho de que esté escribiendo sobre él de algún modo indica que su muerte ha provocado en mí una reacción. Más bien han aflorado en mí los recuerdos que tengo sobre el fallecido en Nueva York.

En primer lugar, he leído sus obras. Y no me acuerdo de nada. ¿De nada? "Nothing at all", que dirían los ingleses. Como tengo la (¿fea?) costumbre de subrayar los libros, pues ahí que voy en busca de algo que pueda ser interesante para este artículo. Ahora rememoro que leí "Un hombre en la oscuridad" en 2010. Lo sé a ciencia cierta porque tengo el hábito, tardío, de indicar la fecha de inicio de la lectura en el libro: 14 de febrero de 2010. Fue la prescripción de mi amigo Harry Lime al ver que yo pasaba por una depresión fruto de un ruptura sentimental: 

—Toma —me dijo—, te identificarás con uno de los personajes, Owen Brick, un joven mago que despierta en el fondo de un foso de paredes muy lisas y que no puede escalar. 

¿Así me veía? Intuyo que sí.

Por alguna razón que no recuerdo, la primera mitad del libro no está subrayada, salvo dos o tres apuntes. Y creo que fue retrospectivo, es decir, empezaría a leer el libro que me dejó Harry Lime y, luego, al comprármelo subrayaría aquellas partes ya leídas en el de mi propiedad. Un libro sin máculas de tinta es como una persona que no ha vivido. Las cicatrices de la vida en uno son los subrayados a un libro. Ahora que lo pienso, veo con claridad que también era una recomendación cinéfila, pues en el libro se mencionan cuatro películas, que, ¡cómo no!, están resaltadas a lápiz: La gran ilusión, Ladrón de bicicletas, El mundo de Apu y, más adelante, Cuentos de Tokio

Uno de los personajes de la novela, Katya, hace un reflexión interesante sobre lo importante que son los objetos inanimados como medio de expresar emociones humanas. Y rememora las primeras escenas de Ladrón de bicicletas. El protagonista, encarnado por un obrero llamado Lamberto Maggiorani sin experiencia actoral, encuentra trabajo en la Italia de la postguerra, pero para llevarlo a cabo necesita desempeñar su bicicleta. 

 

"Se va a casa sintiendo lástima de sí mismo. Y allí está su mujer, en la calle, cargando con dos pesados cubos de agua. Toda su pobreza, todos los esfuerzos de esa mujer y su familia están contenidos en esos cubos. El marido está tan enfrascado en sus propios problemas, que ni se molesta en ayudarla hasta que casi están dentro de la casa. E incluso entonces, sólo le coge un cubo, dejando que ella cargue con el otro. Todo lo que nos hace falta saber sobre su matrimonio se nos muestra en esos pocos segundos. Luego suben las escaleras hasta su piso, y a la mujer se le ocurre la idea de empeñar la ropa de cama para recuperar la bicicleta. Recuerda la violencia con que da una patada al cubo en la cocina, la agresividad con que abre el cajón de la mesa. Objetos inanimados, emociones humanas. Luego pasamos a la casa de empeños, que no es una casa, realmente, sino un sitio enorme, una especia de almacén de objetos superfluos. La mujer vende las sábanas, y seguidamente vemos a uno de los empleados que lleva el pequeño paquete a los estantes donde se depositan los artículos empeñados. Al principio, las estanterías no parecen muy altas, pero entonces la cámara retrocede, y mientras el empleado empieza a subir, vemos que se alargan hacia arriba cada vez más, hasta llegar al techo, y cada estante y casillero rebosa de paquetes idénticos al que ahora está guardando, y de pronto parece que todas las familias de Roma han vendido la ropa de cama, que toda la ciudad se encuentra en la misma situación de miseria que el protagonista y su mujer (...). En una sola toma se nos ofrece el retrato de toda una sociedad que vive al borde del desastre".

 

 


En aquel momento de lectura creía entrever las sábanas donde había yacido con mi ex junto a la de todo el vecindario de Roma. Y el hecho es que yo ya no podría desempeñarlas

La idea de concentrar emociones humanas en un objeto es fascinante. Emoción y objeto inanimado son antagónicos, pero cuando en el cine cargamos de emoción un objeto estamos ante un milagro. Recuerdo el plano del trineo de la infancia de Charles Foster Kane cuando va a ser pasto de las llamas como un ejemplo perfecto.


Auster y el cine

Auster quiso probar suerte en el cine, primero como guionista y luego como director. No la tuvo o, tal vez, no tuviera el talento suficiente para la escritura fílmica (tanto de guion como de dirección). En el rol de director, su trayectoria fue decreciendo en éxito: codirigió Blue in the face (1995) y emprendió en solitario Lulú on the Bridge (1998) y La vida interior de Martín Frost (2007). Esta última fue su epitafio prácticamente en el escarceo con el cine. Recuerdo que la presentó en el Zinemaldia en la Sección Oficial fuera de concurso. Auster había recibido el premio Príncipe de Asturias de las Letras el año anterior. Supongo que la organización del Festival de San Sebastián tendría bastante más fácil por entonces que Auster viniera con su película debajo del brazo ofreciéndole, además, la presidencia del jurado. Tal vez ningún otro festival la quisiera. Y pa Donostia. Algo muy habitual como sucede en el asunto del cortejo: si no me quieres tú, guapa, ya habrá otra (más fea). 

El ostión que se llevó en el pase de prensa y, supongo, la frialdad con que sería recibida por el público en el Kursaal hizo que la tensión en la rueda de prensa se cortara con cuchillo al percibir que La vida interior... había pinchado en hueso. A mí me produjo bochorno y aburrimiento el resultado. En la revista Dirigido por... señalaban que "para los que gustan del buen cine, sea del tipo que sea, apenas deja huella". Supongo que la decepción fue tal que ya no se puso detrás de una cámara de cine. Abandonó.

Por último, quiero rememorar otra ligazón con el escritor de Nueva Jersey, fruto de haber visto Smoke (1995) de Wayne Wang y cuyo guion era de Auster. En ella se cuenta la historia de Auggie Wren (Harvey Keitel) que regenta un estanco. Allí acuden numerosos clientes, algunos de los cuales le confían sus problemas. En un momento dado, Wren cuenta una interesante historia de cómo consiguió su cámara fotográfica y de por qué se decidió a elaborar su singular colección de fotografías. Un buen día, se la muestra a Paul Benjamin, escritor que atraviesa una crisis. Mientras Benjamin pasa el álbum de fotos le comenta:

—Son todas iguales.

—Así es. Más de cuatro mil fotografías del mismo sitio —responde el estanquero—. La esquina de la Tercera con la Séptima Avenida a las ocho de la mañana. Cuatro mil días seguidos con toda clase de clima. Por eso no me voy nunca de vacaciones. Tengo que estar todas las mañanas en mi sitio a la misma hora —añade.

—Nunca he visto nada parecido —responde Benjamin sorprendido.

—Es mi proyecto. Lo puedes llamar el trabajo de mi vida.

—Es increíble. ¿Qué fue lo que te dio la idea de hacer este... proyecto? —le pregunta curioso el escritor.

—No lo sé. Es mi esquina, donde suceden cosas como en cualquier otro sitio —le responde Wren.

El escritor sigue pasando páginas del álbum y cuando acaba, el estanquero le pasa otro más. Pasa las páginas deprisa.

—Nunca lo entenderás si no vas más despacio, amigo mío —le comenta Wren —. Apenas las miras.

—Pero... son todas iguales —replica Benjamin.

—Son todas iguales pero cada una es diferente de todas las demás. Tienes tus mañanas soleadas, tus mañanas oscuras. Tienes tu luz de verano y tu luz de otoño.

Y entonces dejamos de ver a los dos conversar en la cocina mientras fuman y pasamos a una serie de instantáneas fotográficas realizadas desde la esquina del estanco de Wren. Es el mismo angular y la misma posición de cámara. También el escenario de fondo, la esquina de una edificio de dos plantas de ladrillo, no cambia, así como la farola en el margen izquierdo. Un piano suena mientras vemos pasar un día, otro día y otro ante nuestros ojos: siempre iguales, siempre diferentes.

Los ojos de Benjamin recorren entonces más morosamente el contenido de las fotografías. Descubre de pronto que en una de ellas está su mujer, Ellen, que años atrás fue abatida en un tiroteo. Wren añade: 

—Sí, es ella. Está en unas cuantas de ese año.

La escena se cierra con la foto y la cámara aproximándose a Ellen con un paraguas en plano medio. 

Yo desde entonces cada vez que paso al lado de la señal de Stop que hay cerca de mi casa, de camino al trabajo, suelo hacer lo siguiente, pues es mi "esquina del estanco":

 

 
















domingo, 2 de junio de 2024

El crítico al que (casi) nadie lee y al que (casi) todos ponen verde

 

«No sé si me explico», editado por Espasa, la última gran (auto)crítica de Carlos Boyero


El crítico de cine más famoso hace un repaso a su vida a los 70 años.







Al fondo del bar Stop de Astrabudua hay un pequeño reservado. Nada, son cuatro o seis mesitas donde se sirve comida o cena ligera. Y en ocasiones alguna timba de mus o de póquer. Supongo que la dueña querría incrementar el negocio aprovechando el espacio de ese cuartito reducido. Las paredes están adornadas con carteles de cine y algunas bandas famosas de música. No sé de quién fue la idea pero era algo corriente en los 80 y ahí permanecen como si el tiempo quedase congelado en esas paredes.
 
Allí estaba yo el pasado miércoles con Harry Lime, mi amigo. Como comprenderán, Lime es un apodo, referencia a un personaje fascinante en la historia del cine que aparecía en El tercer hombre (1949). No sé si fue por la época universitaria cuando le bauticé así, o poco más tarde, al darme cuenta de que mis encuentros con él duraban lo mismo que los del personaje-escritor Holly Martins (Joseph Cotten) con Lime (Orson Welles) en la película: un suspiro.

No era fácil quedar con él. Hacía tiempo que no nos veíamos, así que solicité a Cecilia, la dueña, que nos trajera la comida del día para poder alargar el encuentro.

—Al menos aquí no tengo que leer el menú —le dije—, y encontrarme con linguini fra diávolo con mejillones de Bouchot o melón y piña ostomizados en PX y helado de pomelo rosa, como leí el otro día en un restaurante. ¡Coño, que he venido a comer, no a hacer un máster de gastronomía!

 Harry Lime me mira y sonríe. Parco en palabras, hay que sacárselas con abrelatas. Y pregunta:

—¿Qué me cuentas? —Y añade—: ¿Has leído o visto algo interesante?
—El otro día estuve hojeando un libro de Carlos Boyero.
—Ah, el crítico de cine.
—El mismo. 
 
Le recuerdo el día en que Harry Lime se le acercó tras pasar el puente de la Zurriola en el Zinemaldia y le preguntó algo referente a una película que acabábamos de ver.
 
—Era una peli que me había gustado, —rememora—. No recuerdo el título, y le pregunté qué le había parecido. ¡Qué decepción al oírle decir que se había dormido! Siempre se duerme con el cine oriental. 
—Pero tuvo la amabilidad de volver a llamarte tras la respuesta.
—Sí, me dijo que había tenido una "mala noche", así justificó lo de la dormidera en el Kursaal. ¿Cómo se puede hacer una crítica habiéndote dormido?
—Ya. No he comprado el libro, pero lo abrí al azar y me topé con el capítulo "Códigos sagrados. La amistad". Dice que mantiene un grupo de amigos desde hace cincuenta años, que eso quiere decir algo, que ha tenido suerte por ello. Es lo único que le queda, pues vive solo desde hace mucho tiempo. No tiene pareja ni cree que vaya a tenerla nunca. Dice que su estado de ánimo frecuenta la oscuridad y la depresión íntima. Le entiendo porque bastantes de las personas más cercanas ya no están, murieron o se separaron de él.

El ambiente del almuerzo empieza a teñirse de cierta tristeza, tan sólo interrumpida por Cecilia, que trae dos platos de pasta con verduras, agua para él y vino para mí.

—Siempre le vimos solo en el Zinemaldia —añade la frase tras probar el plato.
—Lo explica en el libro. Boyero huye de la gente que quiere ser su amigo, pues es un coñazo, le parece algo falso. El coñazo es uno de los géneros más temibles que existen para él, una de las especies más lamentables. Hay que defenderse de ella con armas de fuego si es preciso. 
—Eso pasa por ser un crítico famoso. A ti no te pasa.
—Confiesa que prefiere tener fama de odioso que de tío educado. La mayoría del personal no le interesa lo más mínimo y puede ser muy borde para espantarlos.
—¡Pues conmigo no lo fue! —sonríe mientras acaba el plato.
—No, contigo no. Nunca le dirigí la palabra en todos estos años en el Zinemaldia, incluso cuando estábamos en la sala de redacción. Le observaba con cierta admiración, era consciente de su dificultad con el ordenador, con la impresora, con toda la tecnología del siglo XXI. Igual que Carlos Pumares, que le tenían que escribir en el pecé sus artículos breves mientras los dictaba con su tono hitleriano.
 
Cecilia interrumpe gratamente con el postre: ¿melón, tarta de queso casera o yogur? Se lleva los platos con ese aire rítmico de operario de cadena de montaje.

—He leído que suele ir a Barcelona a visitar a sus amigos Oti Rodríguez y su mujer, María. ¿Te acuerdas de ella?
—Vagamente.
—María estudió con nosotros Periodismo. Lo curioso es que un día en el Teatro Principal de Donostia me la encontré y me presentó a su marido, que era Oti del ABC. Me quedé a cuadros.
—¿Por qué?
—Porque él le saca más de diez años.
 
Y sonrío. Y me sonríe.

—Dice que con ellos se siente "protegido, entretenido y querido". ¿Se puede pedir más a la amistad?
—Pues no —comenta lacónico y con rotundidad.
—¿Sabes con quién suele estar en Navidad y en verano en San Sebastián?
—¿Con quién?
—Con el bueno de José Luis Rebordinos, el director del Festival, ¡el bueno de Rebor se ha hecho amigo del que fuera el crítico más feroz! Si no puedes con tu enemigo, únete a él.

Volvemos a sonreírnos.
 
 

 
 
 
—Cantabria también aparece en el libro. Algún día tendríamos que ir a La Traina o a donde la Emilia a comer sardinas o bonito.
—¿Y por qué allí?
—Porque allí es donde podemos darle el coñazo a Boyero si nos topamos con él.

Y nos miramos, yo cara de travieso, Lime, sorprendido de la ocurrencia.

—En resumen, que lo único que le importa ya, lo que le endulza la existencia, son sus amigos: los directores Fernando Trueba y José Luis García Sánchez o el bueno de Antonio Resines.
 

Y el silencio tristón, o a mí me lo parece, vuelve a impregnar la mesa. Acabamos los postres y pedimos un cafelito. Harry Lime volverá a su trabajo. No le saco ni una palabra sobre su interesante actividad, aunque le pregunte. Como recordé que me dijo en cierta ocasión, vale más por lo que calla que por lo que habla. Así que llegamos al último tercio en metáfora taurina. Enfrente veo a un tipo que lee el periódico, y me recuerda algo:

—¿Sabes que Boyero sigue yendo a la SER los miércoles a hacer su crítica radiofónica con Francino?
—No, no le sigo. ¿No está jubilado?
—Sí, pero un periodista nunca se retira aunque se jubile. Además, comenta que la angustia desaparece ese día y el jueves.
—¿El jueves?
—Sí, el día en que va a la redacción de El País y queda con su "familia" para ir a comer al Gastro, aunque el nombre es más sofisticado: Feedback Gastrobar.

Y sonrío.
 
Agradecemos a Cecilia su menú casero y acompaño a Harry Lime al metro rumbo a Ibaigane. Nada más dejarle, me abordan las últimas palabras de Boyero del capítulo 15 que dice así:

"Los amigos. Junto con mi madre, lo más importante que tuve. Y lo más  importante que tengo. Lo único importante que me queda".

 

Bien podría ser el epitafio para el día en que me muera. Aunque pensándolo bien, una vez muerto ya no me quedarán ni los amigos. Y sonrío para mis adentros.

 

 
 



LO ÚLTIMO ES...

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