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lunes, 16 de junio de 2025

Tres kilómetros al fin del mundo (2024)

 Bendita equidistancia en el cine



Fotograma de Tres kilómetros al fin del mundo, película rumana



Recuerdo que el añorado crítico de cine y locutor de radio, Carlos Pumares, decía que el cine en blanco y negro no era tal si no se añadía una coletilla esencial: "...Y una amplia gama de grises". Viene a cuento esto porque nunca me gustó el cine propagandístico, ese en el que los grises o no aparecen o están muy limitados en sus fotogramas (léase comportamientos de buenos buenísimos y malos malísimos). 

El caso más flagrante sería el cine concebido desde la Revolución rusa en 1917 como arma propagandística, cuyo objetivo era combatir el cine burgués ideado como espectáculo que sólo narra historias literarias y teatrales, alejado de toda enseñanza que haga tomar conciencia de clase (trabajadora, por supuesto) al espectador. 

Los géneros de cine político y social no suelen ser los de mi mayor agrado, pues siempre hay un mensaje, bien explícito (que me provoca sarpullidos neuronales), bien implícito (cosa esta última que agradezco, pues es como tomar viagra sin saber el poder oculto que conlleva). 

En estos géneros, siempre anda uno con la mosca detrás de la oreja pensando a ver qué me quiere "vender" el director y/o el que ha producido el artefacto. Si se acercaran a un escaparate, ¿les gustaría que la vendedora saliese y les invitase a entrar a comprar tal o cual producto porque está rebajado, es de mucha calidad o cualquier otro motivo comercial? Pues a mí me pasa lo mismo con el cine de "mensaje": me pongo en guardia... y salgo huyendo.

En la pasada edición de la Seminci, pude ver una película rumana titulada Tres kilómetros al fin del mundo (2024) de Emanuel Pàrvu. Es cine social, cuya idea motriz es mostrarnos cómo cierta parte de la sociedad rumana (no sé si mucha o poca) sigue sin aceptar la homosexualidad. El director nos lleva a una zona turística pero conservadora como es el delta del Danubio que desemboca en el mar Negro. Allí regresa el joven de 17 años Alí, que va a pasar un verano en su pueblo natal. Una noche es brutalmente agredido en la calle y al día siguiente su mundo dará un vuelco.

La homofobia empezará a surgir, sobre todo en el seno familiar de Alí, pues sus padres son católicos que viven integrados en la pequeña localidad conservadora del delta. Lo que me convenció, a pesar de ser una película de tesis (o de propaganda) es que no impone su mensaje al espectador. La puesta en escena de Pârvu es tal que la cámara en muchas ocasiones está alejada de los personajes, de las diferentes situaciones dramáticas que relata. En ningún momento nos señala con el dedo de la cámara: "¡Ved qué malos que son casi todos los del pueblo, que son homofóbicos!". No, cada uno de los personajes expone su opinión, su posición, su ideología, en una trama bien construida y con un interés in crescendo. 

Por momentos me recordaba el cine del iraní Asghar Farhadi, cuya obra Nader y Simin, una separación practica el ejemplo claro de lo que quiero decirles: cada personaje en un divorcio plantea su punto de vista, y el espectador sabrá a qué atenerse sin que el demiurgo te lo imponga.

Al director Pârvu le preguntábamos en la rueda de prensa en Valladolid si todavía existía homofobia en Rumanía, a lo que este contestaba que desgraciadamente seguía existiendo. "Cuando hace unas semanas se estrenó la película en Rumanía, recibí mensajes bastantes duros en las redes sociales, mensajes que me insultaban y que me señalaban que no querían ver en el país películas gays", señalaba Emanuel Pârvu. Cree que la sociedad rumana va en el buen camino: el aceptar que no importe la raza, la orientación sexual, el color de la piel o la religión que uno profese. Lo que le preocupa es, en cambio, la velocidad con que esa aceptación va calando.

La obra de Pàrvu trata de combatir esa mentalidad de los espectadores que siempre está contra las minorías, sean estas las que sean. Ponía un ejemplo muy clarividente: "Yo soy un director rumano que está en España. Soy una minoría aquí por ser extranjero. Imaginemos que tengo una discusión con una persona española aquí en Valladolid. Si empezáramos a elevar el tono de la voz en plena discusión, al final no recibiría un insulto del tipo: estúpido, sino el de estúpido rumano. Porque yo creo que esa es la manera en que pensamos con respecto a las minorías. Siempre vamos a señalarlas por el hecho de serlo. No señalamos a la persona, al ser humano. No insultamos así a la persona, sino a la categoría (por ser homosexual, extranjero, de una determinada religión, etc.). Siempre insultamos en esa dirección hacia lo que es minoritario". 



Emanuel Pârvu
El director rumano Emanuel Pârvu, tras la rueda de prensa




El cine rumano que llega a España suele ser muy interesante. Ahí están los ejemplos de directores nacidos a finales de los sesenta y principios de los sesenta del s. XX: Corneliu Porumboiu (12:08 al este de Bucarést), Cristi Puiu (Sieranevada o La muerte del Sr. Lazarescu), Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días) o Constantin Popescu (Pororoca), con estos dos últimos Pârvu ha trabajado de actor curiosamente. Como bien decía en la rueda de prensa, esta Nueva Ola del cine rumano de los últimos 20 años "ha empezado a tratar temas sociales como las minorías, la homofobia o la corrupción política, pues hace 50 años no se abordaban estos asuntos pues era la época del comunismo, del socialismo, en el que había otras preocupaciones". 

Emanuel Pârvu nos afirmaba que "la Nueva Ola del cine rumano puso sobre el tapete muchos temas nuevos, de una nueva sociedad. Los autores han de inspirarse en el tiempo en que viven y deben reflejar ese tiempo. Los problemas de la sociedad de nuestro tiempo nos inspira. Y creo que deberíamos hablar de ellos". 

El hecho de que Pârvu sea director de teatro y también actor de cine, le ha ayudado mucho. Sobre todo cuando escribe el guion, pues "por lo general, de alguna manera interpreto a todos los personajes. Eso me consume mucho tiempo a la hora de reescribir. Con esta historia llegué a tener 40 borradores de guion. Al ser actor, sabes cómo tratarlos, pues son personas muy sensibles. Es fácil humillarlos cuando les criticas en voz alta delante de todos en el set de rodaje. No te das cuenta, pero estás creando una incomodidad muy grande, estás abusando de ellos. Suelo hablar en privado, a solas con los actores. No creo mucho en la actuación, pues la actuación es una muestra de tu mejor versión. Si se nota la actuación, es malo. Por eso hago muchas tomas con los actores. Porque hace falta que el cerebro se habitúe a que seamos el objeto de observación con la cámara, tratamos de mostrar nuestra mejor versión, ocultar barriga, mostrar nuestro mejor perfil. Y no quiero eso. Por eso creo más en la valentía. Para ello se necesita tiempo y que se habitúen al set de rodaje.".  

Quise alabarle el hecho de que en su historia no había personajes intrínsecamente buenos ni malos. A lo que contestó que "no es mi forma de relacionarme con el cine. Nadie se levanta por la mañana para ser malvado. Creo que en todos nosotros hay un deseo de hacer el bien en la sociedad, pero a veces lo que yo entiendo como una buena acción no coincide con tu opinión. Y es ahí donde surge la colisión, los problemas. Cuando queremos hacer algo, no actuamos teniendo en cuenta lo que opina el otro".

Emanuel Pârvu nos ponía un ejemplo que trataba de arrojar luz sobre el tema que trata la película al respecto: "Cuando te peleas con tu mujer, y luego le traes una ramo de flores para disculparte. Pero ella no quiere las flores. A veces las arroja y sigue la pelea e incluso se agrava. Y tú sigues reivindicando tu gesto de generosidad. Pero es que ella no necesitaba esas flores. A lo mejor lo que necesitaba, en cambio, es que fueras agradable o que le acercaras un vaso de agua. Y todo porque no le has preguntado, no les has dicho qué puedo hacer por ayudarte. Es una pregunta muy importante. No siempre tenemos que hacer el bien a nuestra manera propia, sino que hay que preguntar. Es decir, por lo que respecta a la sociedad, es importante hablar de los problemas contemporáneos de la sociedad". 

Y la homofobia en Rumanía lo es.

PD.: Tres kilómetros al fin del mundo se ha estrenado esta semana. Si por casualidad van a verla en sala (o más tarde en una plataforma), tal vez salgan preguntándose por qué lleva este título. Emanuel Pârvu nos comentó en Valladolid que tiene dos sentidos: el literal, el pueblo donde transcurre la historia está literalmente a tres kilómetros del fin de la tierra, donde comienza el mar Negro; por otro lado, está el significado metafórico de la misma, que consiste en que como sociedad, y no hablo solo de mi país sino de la sociedad en conjunto, si seguimos en la dirección de seguir prejuzgando y maltratando a las minorías por serlo, creo que estamos entonces a "tres kilómetros del fin del mundo".

3 comentarios:

  1. Muy bueno, Iñaki. Mila esker!

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  2. Creo que en el cine social o político hay tanto maniqueísmo como en cualquier otro género. Lo que pasa que se nota más; es más burdo.
    Buen artículo

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