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domingo, 13 de abril de 2025

La matanza de Texas (1974)

 Hogar, dulce hogar... a veces

  

Cartel del FANT 2025 homenajeando al matarife de La matanza de Texas


 El pasado 10 de abril se proyectó en la sala 1 de los  Golem La matanza  de  Texas (1974) de Tobe Hopper. Suele ser habitual que el FANT, Festival de Cine Fantástico de Bilbao, vaya calentando calderas con lo que ha dado en llamar el PreFANT, o sea, alguna película que se proyecta antes de la programación oficial, que este año será del 2 al 10 de mayo de 2025. Anteriormente, se había programado Una ballena (2025) de Pablo Hernando con la presencia de uno de sus actores protagonistas, Ramón Barea.

Para estas sesiones la entrada suele ser gratuita. Lo que no se entiende es que en la página del festival no haya información de cuándo van a ser estas proyecciones del preFANT. Pareciera que no interesara mucho que los cinéfilos del terror se informaran.

Entré con una amigo para ver cómo le habían sentado los 51 años desde su estreno a la única obra de Hooper, con permiso de Poltergeist (1982), que puede pasar a la historia del fantástico, sección terror. Cuando fui a sentarme, observé que en la fila había una señora anciana, enjuta y menuda, con cara de apuntarse a cualquier cosa con tal de no ver en el salón de su hogar a su momificado y barrigudo marido delante del televisor. Le pregunté, con mi exquisita educación adquirida en el barrio de Astrabudúa, que si sabía de qué trataba La matanza de Texas, que creía que no era un filme adecuado para ella, que a su edad ya no estaba para pasar malos ratos. Ella me miró sorprendida y dubitativa y, tras un instante de meditación ante mis consideraciones, me  preguntó: "¿Hay tal vez escenas de violación?".

Es curiosa la memoria de uno. Yo había visto hace unos pocos años la obra de Hooper y, por esas cosas que tiene la memoria creativa, creía que en el filme había bastantes escenas de gore (ya saben, amputaciones, cuchilladas, muñones sanguinolentos, cuerpos mutilados salvajemente...) y no, nada de eso, como bien me advirtió mi compañero, que la había visto varias veces ya. En mi creencia de que el cineasta norteamericano había dirigido una obra llena de escenas sangrientas, le comenté a la anciana que viese la pantalla donde aparecía el cartel del FANT de este año: uno de los personajes del filme, Leatherface (Cara de cuero), sosteniendo una motosierra: "¡Va a ser toda una fiesta sanguinolenta!", le previne.

Para aquellos que no sepan de qué va, les diré que La matanza... trata de un grupo de cinco jóvenes, uno de ellos en silla de ruedas, que van en una furgoneta de excursión al campo para visitar la tumba del abuelo de dos de ellos. Quieren comprobar si ha sido profanada, pues como escuchamos al inicio la radio da noticia de un suceso en el cementerio de la zona. Como se están quedando sin gasolina, se acercan a una granja con la esperanza de que allí les podrán echar una mano. Sin embargo, el recibimiento que les dispensará la extraña familia de carniceros que habitan allí no será la esperada: acabarán siendo parte de su alimento. 


El color blanco de la fachada contrasta con lo que ocurre en el interior de la familia de carniceros


A los 15 minutos de proyección, la viejita se levantó de su asiento y consideró que ya tenía suficiente con ver que un autoestopista perturbado, que habían recogido los excursionistas, se cortase con una navaja su palma de la mano e hiriese el antebrazo de uno del grupo. Enfiló pasillo abajo y, desorientada, giró hacia la izquierda pensando que ahí estaría la puerta de salida. Sin embargo, no había más que la papelera de desechos y una pared oscura. Afortunadamente, giró sobre sí misma y cruzando la pantalla pudo abrir la puerta de emergencia. La sala sonrió aliviada de saber que la señora no caería en manos de Leatherface (Cara de cuero).

  Durante unos segundos, vi cómo se cerraba la puerta de emergencia. Deseaba que la luz que entraba y se desparramaba por la sala se consumiera rápidamente. Imaginé que la vieja asquerosa a la que había advertido fuese salvajemente aniquilada por la luz del exterior, desintegrada como el príncipe de los vampiros ante el contacto de la luz solar. Porque los cinéfilos anhelamos la noche artificial del cine, donde un pequeño ruido o una entrada de luz provoca que el sueño de la ficción desaparezca. Rememoro las palabras de André Bretón sobre el cine en su juventud:

«Lo que más valorábamos del cine, hasta el punto de no interesarnos por nada más, era su poder desorientador, que funciona en varios niveles y admite distintos grados. Lo verdaderamente maravilloso, que hace palidecer las virtudes de cualquier película, es la facultad del espectador que entra en un cine para abstraerse de su propia vida, al menos en la gran ciudad, tan pronto como cruza una de las puertas apagadas que dan a la oscuridad».

La primera víctima a manos de Cara de cuero sucede cuando aquel traspasa la puerta cancel al no responder nadie desde dentro. La estructura arquitectónica del vestíbulo es muy parecida a la de Psicosis (1960), no ocultándose su influencia: escalera a la derecha, una sala a mano izquierda y, al fondo, la puerta de la cocina.


El vestíbulo de La matanza de Texas (1974)


Vestíbulo de la mansión de Psicosis


 La profanación del hogar ajeno suele tener consecuencias indeseadas. Tobe Hooper ya ahondaría en ello con su otra obra de éxito, Poltergeist. En ella una familia de clase media sufrirá las consecuencias de habitar una casa asentada en un antiguo cementerio. La niña pequeña desaparece a otra dimensión. La primera vez que la pequeña avisa a sus padres de que "¡Ya están aquí! (los espíritus)" lo hace mientras mira la pantalla del televisor con nieve. La única manera de volver a recuperarla de entre los espíritus afligidos y perturbados es aconsejándola que se aleje de la luz del más allá. Para ello la madre tendrá que adentrarse en ese túnel luminoso para rescatarla. Al final, la casa de la familia Freeling será engullida con enérgica violencia por las fuerzas malignas.

El escritor Julio Cortazar tiene un relato de seis páginas titulado Casa tomada, que en su día me marcó sempiternamente. Dos hermanos heredan una casa espaciosa en la que guardan los recuerdos de sus bisabuelos, el abuelo paterno, sus padres y toda su infancia. Ambos llegan a creer que es ella la que no les deja casarse, de tal modo que entrando en la cuarentena, ambos forman un matrimonio de hermanos. Tras una descripción detallada de la estancia y del día a día de ambos, una noche mientras Irene tejía, el narrador va a preparar mate cuando escucha un sonido "como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación". Se tira contra la puerta que separa las piezas del fondo del ala delantera y cierra con llave. Cuando regresa a donde Irene le dice:

—Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.

Los primeros días les pareció penoso porque ambos habían dejado en la parte tomada muchas cosas que querían. Sin embargo, los ruidos continuaron y se dieron cuenta de que ahora procedían del lado donde ellos se habían refugiado. Corrieron y cerraron la puerta cancel y se quedaron en el zaguán. Estaban con lo puesto e Irene dijo:

 —Han tomado esta parte.

Él cierra la puerta de entrada y tira la llave a la alcantarilla. "No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada".

Cortazar en ningún momento detalla qué o quién expulsa de su hogar a los dos hermanos, pero la inquietud del lector se instala en el cuerpo puesto que en lugar de entristecerse por dejar "todo su mundo" ahí, teme por alguien que quiera entrar en su casa tomada. 

El desasosegante relato del autor de Rayuela me lleva a recordar un cuadro famoso de René Magritte titulado El imperio de las luces (1954). Se trata de un óleo sobre lienzo de tamaño intermedio que se conserva en el Musées Royaux des Beaux-Arts en Bruselas. Se ve una casa de tres plantas con las contraventanas cerradas salvo dos en la primera planta. Ahí se observan luces en el interior. Es de noche como así lo atestigua el que una farola esté encendida y se vea su reflejo en la laguna que está enfrente del edificio. Sin embargo, como en casi todas las telas de Magritte, se puede observar elementos en pugna que provocan un impacto que sacude nuestro espíritu y nos estimula a pensar. El caso es que en esta obra el cielo, con el azul claro y sus nubes blancas, pertenece al día. Noche y día pugnan en la imagen. El interior de la casa parece pertenecer a las tinieblas, salvo en esos dos ventanales; el fondo del cuadro es el reino de la luz.

 

El imperio de las luces (1954) de René Magritte

 

Todas estas divagaciones transcurren por mi mente mientras me tomo un pacharán en el bar Stop de Astrabudua de un lunes. Cecilia, la dueña, ya va recogiendo. Deja sólo la luz imprescindible para señalar a los transeúntes del exterior que el Stop ya no permite la entrada a ningún cliente más. Es hora de cerrar.

Parece que no tienes hogar —dirigiéndose a mí, único que queda en el local.

 La miro con esa curiosidad por saber si le incomodo por la tardanza en marchar y le respondo:

—El Stop es mi segundo hogar, Cecilia. No sé qué haría si no existiera.

—¿Y cuál es tu primero? Supongo que tu piso.

—No. Mi primer hogar es el espacio oscuro de la sala de cine, semejante a un útero materno.

—Ay, las madres, ay... —dice suspirando Cecilia mientras barre el suelo con colillas esparcidas.

Al salir del Stop, tras haber pagado la consumición, me sumerjo en la luz de la noche. Al cabo de unos pasos, escucho el cierre de la persiana del Stop. Por la noche, sobre todo en el mundo rural, uno debe tener la impresión de estar en una sala inmensa de cine, pienso, con el cielo estrellado. 

Todos estos pensamientos me ponen triste. Me pongo unos cascos, y con la esperanza de ahuyentar los espíritus de la tristura, empiezo a escuchar la canción que interpreta la actriz Deanna Durbin en El primer amor (1939) de Henry Koster. Dice así:

 ‘Mid pleasures and palaces though we may roam,
Be it ever so humble, there’s no place like home;
A charm from the sky seems to hallow us there,
Which, seek through the world, is ne’er met with elsewhere.
Home, home, sweet, sweet home!
There’s no place like home, oh, there’s no place like home!

Aunque vaguemos entre placeres y palacios,
por humilde que sea, no hay lugar como el hogar;

un encanto del cielo parece consagrarnos allí,

que, buscándolo por el mundo, nunca se encuentra en ningún otro lugar.

¡Hogar, hogar, dulce, dulce hogar!

No hay lugar como el hogar, ¡oh, no hay lugar como el hogar!

 

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