¡Tráeme mi Carro de fuego!
Ahora que han comenzado los JJ. OO. de París 24, con guiño al cine de los Lumière, Méliès y los Minions, me ha venido a la
memoria algo que raras veces sucede ante una pantalla de cine al final de la proyección. Porque lo
habitual es salir pitando, como cuando el cura nos decía: «Podéis ir en
paz». Y salíamos escopetados de la iglesia de San Lorenzo en Astrabudua a
tomar un marianito... y a ligar con las feligresas, ver lo elegantes que
vestían, lo alegre y pizpiretas que andaban.
Esto que les cuento de "rareza" en un cine sucedió, creo, en el año 1984 en los cines Ideales de Bilbao. La película que provocó la 'rareza' que les comento -una de las que me llevaría a una isla desierta- es Carros de fuego (Chariots of Fire, 1981). Por alguna razón, que no recuerdo, llegué con mi novia -¿con mi chica, mejor?- y otras amigas suyas de la universidad deustuarra a la sala con la proyección ya empezada.
«¡Vaya!», me dije, «ya me he perdido la secuencia del
arranque». Y continuamos viendo la famosa rivalidad entre dos estudiantes de
Cambrigde: Harold Abrahams, hijo de un judío lituano, y Eric Liddell,
escocés e hijo de unos misioneros en China. Ambos tendrían que
prepararse para llegar a la final de los 100 metros en los JJ. OO. de
París de 1924, en el estadio de Colombes. Un enfrentamiento deportivo que no
tuvo lugar.
Al finalizar la proyección, nos levantamos para salir. Yo un poco desconsolado. Pregunté a una señora si había "salido" ya el tema principal de Vangelis. «Sí», me dijo, «al principio». Y cuando ya me agarraba a la cintura de mi chica rumbo a las frías, húmedas y oscuras calles bilbaínas de un domingo con fútbol por la tarde, sonó.
Y
ahí nos quedamos en éxtasis: mi chica, amigas, yo, señora y algún espectador
más deleitándonos con el tema de vanguardia (en aquellos tiempos lo
era): "Titles", que posteriormente sería conocido como "Chariots of
fire".
Es la primera vez que tengo consciencia de
haber esperado a que empezasen los títulos finales de crédito para escuchar 3
minutos 33 segundos de una BSO. Vangelis supo transcribir en una
partitura lo que se desarrollaba en pantalla. Nada que ver con los
compositores clásicos de la época dorada de Hollywood, cuya música en muchos casos, acompañaba en un divorcio evidente a la narración
visual. Relleno.
El tema aparecía al principio con los planos de aquellos jóvenes estudiantes universitarios que, de punta en blanco, se entrenaban en una playa. Como comprenderán, yo también estaba en esa edad, llena de ilusiones, aspiraciones, el futuro por delante lleno de optimismo, bregando por objetivos. La sensación de correr, descalzos o con zapatillas, salpicados por esa arena mojada de mar era euforizante; el aire salado entrando en los pulmones, la brisa y el sonido de las notas de un piano... Y allí estaban, Abraham y Liddell, amigos y oponentes, corriendo a ¡cámara lenta!, acompañados de música electrónica de vanguardia cuando ellos pertenecían a los años del charlestón. El chapoteo del agua, las pisadas sobre terreno mullido y húmedo, las miradas alegres entre ellos, la responsabilidad olímpica todavía lejana... ¿No me digan que no es una secuencia de arranque fascinante? A mí se me pone el vello de punta.
Estreno en Bilbao
Presentada en el Festival de Cannes en 1981 bajo bandera británica, en España el filme de Hugh Hudson se estrenó en Madrid en el cine Alexandra en versión original subtitulada. Dicen las crónicas que debido a la escasa confianza que tenían los importadores en que fuera comercial. Sin embargo, los cuatro Oscar logrados (entre ellos el de Mejor Película) hizo que se gastaran el dinero en el doblaje. A Bilbao llegó el 16 de abril de 1982. La cadena de cines Astoria se jactaba en la prensa de que «salvo uno, todos los Oscar de 1982» estaban en sus salas. Poderío.
Curiosamente la ganadora del Oscar de aquel año se proyectó en el cine Astoria-2 o 3. Sí, no fue al Astoria bilbaíno situado en la plaza de Campuzano, de 1080 localidades, que luego fue un Forum Sport y ahora un casino -degenerando, degenerando-, sino en el sito en alameda de Urquijo, que también degeneró posteriormente en un negocio de seguros.
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Salvo Atlantic City de Louis Malle, todas con premios Óscar se proyectaban en los cines Astoria |
Anécdota
Resulta curioso, ahora que lo pienso, que casi durante dos años estuve escuchando el tema de "Chariots of Fire" antes de ver la película. Supongo que, como en otras tantas cosas de la vida, siempre he ido con retraso. Así que cuando fui a verla ya sería una reposición, es decir, que después de haber tenido un primer estreno y pasar por los cines de otras localidades, se volvía a reponer tiempo después en Bilbao. El videoclub todavía no había hecho mucha pupa a las salas, o lo estaba empezando a hacer a principios de los 80.
El hecho es que la casa editora de la banda sonora, Polydor (la del disco negro con fondo rojo), decidió para promocionarla sacar el single "Titles", lo que fue un auténtico bombazo comercial. Convirtió a Vangelis en unos de los compositores más populares a nivel internacional.
Yo, que frecuentaba las máquinas de petacos de bares y demás salas recreativas, era consciente de que el tema que sonaba en las gramolas no tenía mucho que ver con otros estilos musicales. El caso es que el temita me cautivó por su originalidad.
Hice lo posible para convertir ese tema musical en el Santo Grial de mi cuadrilla, de mis amigas de San Ignacio y de todo bicho viviente que me rodeaba. La casete de Polydor en aquella época era para mí algo inalcanzable con mi paga semanal. Los grupos de amigos teníamos la costumbre -sobre todo, cuando eran mixtos- de regalar algo por los cumpleaños. Así que un buen día, me llegó el cumple y el regalo. En lugar de recibir una casete de Carros de fuego de Vangelis -cosa que sí recibió mi amigo Juanjo inexplicablemente, pues su cinefilía se ceñía a Cantinflas y a la comedia española-, yo me tuve que conformar con un muñeco, al que le llamé Mabebe.
Ahí se acabó mi preparación para los JJ. OO. de la vida. ¿Para qué seguir luchando si la mala suerte era mi entrenadora?
Y hablando de entrenadores, recuerdo al que tenía Harold Abrahams, uno profesional encarnado por Iam Holm (sí, el androide de Alien) y una escena que me encanta. Holm en lugar de asistir a la carrera de los 100 metros para ver a su pupilo, se queda en la habitación del hotel donde se aloja. Al ver izar la bandera británica desde su ventana, descubre que su alumno ha logrado la medalla olímpica de oro.
En la pista principal de tenis de París, la Philippe Chatrier, hay un lema en un frontal de la grada que afirma:
«La victoria pertenece a los más tenaces».
Y aquí estoy con mi tenacidad dándole a la tecla aunque pocos me lean, menos me jaleen y nadie me reconozca. Mantengo así el espíritu olímpico y rememoro algunos versos del poeta William Blake (1757-1827) del que salió el título de la película británica:
«Bring me my Bow of burning gold; «Traedme mi Arco de oro ardiente;
Bring me my Arrows of desire: Traedme mis Flechas del deseo:
Bring me my Spear: O clouds unfold! Traedme mi Lanza: ¡Oh nubes desplegadas!
Bring me my Chariot of fire!» ¡Traedme mi Carro de fuego!»
Felicidades, Iñaki. Entretenidísimo, como siempre
ResponderEliminarUna maravilla
ResponderEliminarMe ha encantado Iñaki.Por cierto estoy viendo Carros de fuego .😘
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