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domingo, 29 de junio de 2025

El globo rojo (1956)

El globo flota por el principio de flotabilidad



Hermosa escena en la que dos globos se encuentran: el Rojo y el Azul



Este domingo que pone fin a junio ha traído una temperatura de 35º C. Eso indica al menos la pantalla de mi móvil referida a Bilbao. La sensación térmica, por efecto de la humedad, sol y viento es, en cambio, de 36º C. En el interior de mi pisito, el termómetro arroja una cifra de 29º C. Iberdrola no gana conmigo con el gasto de ventilador pues no lo tengo. Así que aquí estoy con el cerebro medio derretido y la "obligación" de escribir un artículo que pueda tener un mínimo de interés. Habría pedido gustoso un café con hielo en el bar Stop, pero la dueña, Cecilia, todavía no ha implementado el servicio a domicilio tipo Glovo.

Imagínense que estoy en un desierto, sentado ante un escritorio y encima de una duna, con el sol ya cayendo hacia la derrota diaria. Así me siento en estos momentos. O como un Tom Ewell que acaba de dejar a su esposa e hijo rumbo a un destino turístico playero, convirtiéndose así en soltero por unos días calurosísimos en su apartamento de Nueva York. Curioso que a la elevada temperatura de esos días se le junte la sensación térmica que siente nada más ver a la vecina de arriba: M. M., o sea, Marilyn Monroe. No es para menos. En mi caso, mi vecina viste unos 75 años, así que no hay sensación más que de abatimiento. 

Y si logro escribir algo, todavía tengo que desear que el lector no esté –metafórica o físicamente– en el Valle de la Muerte, en el desierto de Gobi o delante de una ventana, escayolado y apunto de presenciar un asesinato en la fachada de enfrente del patio interior. Ya se sabe que para la lectura se requiere de unas condiciones atmosféricas y anímicas adecuadas. Rezo por ello.

¿Saben quién es Albert Lamorisse? Tal vez algún enciclopédico lector tenga noción de él. En mi caso, la primera vez que escuché su nombre fue el año pasado a un buen amigo que abriga los 82 tacos de invierno. Su evocación de Lamorisse, director francés de escasa filmografía –ocho películas, la mayoría documentales– y de su mayor éxito comercial, Le ballon rouge (1956), fue tan entusiasta  los ojillos se le entornaban, cálida se le hacía la entonación de la voz, las comisuras de los labios describían el paraíso perdido de la felicidad infantil – que al principio pensé que era fruto de la chochez de un cinéfilo añoso. 

Craso error. Mi amigo F.J. tuvo la inmejorable suerte de ver este mediometraje a esa edad adecuada, apropiada: unos trece años aproximadamente. Téngase en cuenta que por aquel tiempo, los trece en la mayoría de los casos, sobre todo para los que estaban en un internado, era una edad de niñez todavía. Pues bien, El globo rojo es un mediometraje de 36 minutos maravilloso, en el que se narra las peripecias de un chiquilín que se topa con un globo rojo un tanto fantástico. 

En la infancia, lo fantasioso reina en la vida cotidiana. Creo que es la única manera de que la realidad no te patee el culo inmisericordemente. La infancia es una etapa cruel y llena de peligros, lejos de estos tiempos en los que los papás acolchan a sus querubines entre algodón, se relacionan más con artefactos que con seres, donde los suelos de las zonas de recreo infantiles están fabricadas con caucho aglomerado con poliuretano para que las rodillitas de los infantes no se hagan pupitas, donde te juegas pena de cárcel si le das un azote en el culito de cristal de Bohemia, etc. Infancia hiperprotegida. ¡Metamos a los niños en Alcatraz!

En fin, vean el mediometraje y se darán cuenta de que la infancia es todo menos Walt Disney. Un buen día, el crío protagonista Pascal –por cierto, hijo de Albert Lamorisse– encuentra de camino a clase un globo rojo atado en una farola y lo recoge subiéndose a la misma –como Tom Cruise, que no necesita dobles ni efectos especiales–. A partir de ahí, el globo le acompañará cual si se hubiera topado el infante con un perro vagabundo que le sigue a todas partes. Las peripecias del niño con el globo no harán más que ratificar que entre ambos se ha establecido ese vínculo afectivo, milagroso y anhelante en la infancia, como ese amigo invisible que nos acompaña, nos protege, nos defiende y en el que confiamos hasta que, un buen día, desaparece.

El goblo rojo obtuvo una ristra de premios Oscar al mejor guion original, Palma de Oro mejor corto... a pesar de que no hay diálogos prácticamente. Sólo acompaña la música de Maurice Le Roux y el sonido ambiente de las calles de París. Ah, y la fascinante fotografía de Edmon Séchan en Technicolor. Todos los lugares por los que el niño de cuatro años se pasea con el globo están con unos colores apagados, desvaídos, deslucidos, fríos: callejuelas, fachadas, escuela, mercadillo, escalinatas, tejados... Incluso el protagonista viste una ropa gris. Tan sólo la única nota de color que sobresale en todos los planos es el rouge del globo. Pocas veces, la pintura tiene una importancia trascendental como la que atesora este mediometraje.


El contraste de color realza la relación amistosa entre el niño y el globo rojo


La imaginación en la infancia nos permite flotar sobre la pedestre, grisácea y dolorosa realidad al igual que lo hace un globo gracias al principio de flotabilidad: un objeto como el globo sumergido en un fluido como el aire experimenta una fuerza ascendente igual al peso de ese fluido desplazado. Pero, ¡ojo!, si lo hinchamos 🎈 de la misma manera en que lo inflamos con la boca cuando celebramos un cumpleaños, entonces el principio de flotabilidad no imperará, el globo se vendrá al suelo y empezaremos a patearlo para que suba. Necesitamos rellenarlo de algo más liviano que la Realidad plúmbea: el aliento que inspira el Reino de la Imaginación en la infancia.

Por eso, el globo rojo flota. Y acompaña como un buen perrito de compañía a ese querubín. Ora se aleja, ora se acerca juguetón🎈

Desgraciadamente, he llegado tarde para ver con los ojos de un chiquillo, o incluso de un zagal, este hermoso mediometraje. Recuerdo en estos momentos un libro de Alejandro G. Calvo cuyo título explica muy bien la idea que les quiero transmitir: Una película para cada año de tu vida

En la vida, llegamos tarde a muchas cosas, así pues la impresión ya no será tan intensa y penetrante como lo hubiera sido en el momento idóneo: la infancia. Si tienen niños, apunten esta obra bastante desconocida para el gran público. Sus hijos se lo agradecerán. Y usted a mí.

P. D.: En Youtube hay una copia, pero es de tan mala calidad, tan infecta, que no invitaría a nadie a ver algo con los ojos hinchados por los golpes dados por un adolescente camorrista y celoso. Allá ustedes.

Les dejo el enlace: 

Le ballon rouge

3 comentarios:

  1. Me recuerda a un cuadro de Adolfo Guiard:
    La aldeanita del clavel rojo,personaje real Asunción Ojinaga Etxebarria de Deusto
    El clavelito rojo destaca sobre esos tonos azules y grises un incipiente Bilbao industrial
    Melancolía, ternura y una infancia no vivida

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  2. Ganas de verla. Vi en su día El globo blanco y me encantó.
    Por la temática, imagino que habrá algún tipo de homenaje.

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  3. ¡Buenos días, Iñaki! El cine también nos salva del calor, afortunadamente. Yo la descubrí también eya mayor, debía rondar los 40, pero también me maravilló. Ahora me han entrado ganas de volver a verla. Ha sido muy agradable recordarla.

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