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domingo, 16 de febrero de 2025

El beso cinematográfico

 FELIZ DÍA DE SAN VALENTÍN, CARIÑO

 


 

El pasado día 14 de febrero se celebró el día de los enamorados. Como yo no lo estoy, pues me dedico a mirar los diversos tendederos que hay en mi patio. Si se observa con detenimiento, se puede saber mucho de lo que hay tras esas vecinas ventanas con sólo contemplar la ropa colgada. Por ejemplo, el tendal de mi vecina me indica si está soltera o casada, edad aproximada, estatus social, si tiene buen gusto o no con la lencería, si es madre, friolera o si gasta en marca o es ahorradora, pulcra o un poco dejada (según los trapos)... Como ven, el tendal nos puede mostrar mucho acerca de aquellas personas que, aún sin cruzar apenas una palabra contigo, conviven en nuestro patio vecinal.

Durante un tiempo, mi vecina del ático sólo colgaba su propia ropa en el patio. Eso me intrigó. No sabía cómo era ella, pues no lograba coincidir en ese momento íntimo en que nuestra colada se exponía al vecindario simultáneamente. Observaba que las prendas íntimas las colgaba de tal modo que se veían rodeadas de otras de mayor tamaño: sábanas, toallas de ducha, vestidos, etc. De alguna manera, esa ocultación me impedía imaginar cómo sería ella. Bueno, en lo íntimo, pues por el resto de ropa podría suponer que rondaría la cuarentena, delgada, nada estilosa y por los colores expuestos nada jacarandosa.

La colada aparecía así, de repente. Me preguntaba en qué momento habría podido colgarla sin que yo me diera cuenta. Las persianas de la cocina siempre bajadas o la ventana del baño cerrada a cal y canto me daban la sensación de que ella no vivía allí diariamente, sino que venía tan sólo a hacer un uso esporádico de la vivienda. ¿Sería suya y no querría alquilarla? ¿Vendría tan sólo para aparentar que el piso estaba ocupado por "alguien", mientras hacía vida diaria en su vivienda principal? ¿Lo usaba para su "encuentros" extramaritales?

Me hacía esas preguntas cada vez que fijaba mi mirada en esa parte del patio. Un domingo por la mañana, mientras tomaba un café delante de la ventana de mi cuarto, comprobé que, junto a su ropa, colgaba unas prendas masculinas. Lo que me descorazonó fue ver unos slips de color negro exhibiéndose como pavo real monocolor. "Vaya", me dije, "parece que mi vecina tiene amante".

La aparición de esas prendas masculinas coincidían con el fin de semana. Dejé de acechar con la "ilusión" de un principio. Mi vecina tenía el corazón conquistado y el mío desencantado. 

Durante un tiempo, pues, mostré apatía por lo que ocurría en el colgador de mi vecina de ático. Y el descubrimiento de una nueva pareja jovencita enfrente de la ventana de mi cocina concitó mi interés. Desde mi colgador podía contemplar la habitación de los veinteañeros. En ocasiones, mientras colgaba mi ropa por la noche,  descubría luz en su cuarto. Allí me quedaba, absorto, agazapado a la espera de que en ese recuadro apareciese "algo" que valiese la pena a mi mirada de voyeur. La emoción de ver algo que rondara la pasión de la mirada me hacía estar con la pinza en la mano derecha y los gayumbos en la izquierda chorreando. Visto de fuera, era patético.

En alguna ocasión pasó algo digno de mi espera. Por ejemplo, la joven vecinita encendía la luz de su cuarto y abría la puerta del armario. Escogía "algo" y cerraba de nuevo. Su imagen desaparecía de campo al caer hacia la izquierda. "Ahí tiene que estar la cama", me decía. Efectivamente, veía unas piernas levantarse al aire y unos pantalones ser lanzados. Ella se erguía de nuevo en paños menores, con unas braguitas y el sujetador tan sólo. Luego aparecía su joven pareja para charlar con ella mientras se ponía el pijama. Se abrazaban y, mientras lo hacían, la mano del joven alcanzaba la cinta de la persiana para bajarla. La imagen del ventanal quedaba como codificada, pues a través de los orificios de la persiana podía contemplar el retozo sensual.

Había colgadores que reflejaban una separación (tan sólo prendas de madre cincuentona y muchacha adolescente) o un colgador alargado en el que sólo veía toallas requeteusadas, camisetas ajadas de manga larga y deslucidos jerséis que revelaban la vida de un jubilado soltero con fibrosis pulmonar.

Con el tiempo, mi atención volvió a recaer en el colgador de mi vecina de ático. Descubrí que, día sí y día también, no había rastro de prendas masculinas. Deduje que los fines de semana de mi vecina ya no serían tan excitantes como antes. Los colores y las prendas colgadas ya no se exhibían tan coloridas ni sensuales, abundando negros, grises y otros colores desvaídos en la paleta de tinturas de su ropa.

La coincidencia de salir a la ventana a colgar la colada tuvo lugar al fin. La casualidad tenía que darse me decía. Y se dio. Apenas pude mirar de reojo, lo suficiente creo para saciar mi hambre de curiosidad: de belleza discreta, morena, rostro enjuto, más hacia la cincuentena que despegando de los 40. Ideal.

Pasó el tiempo. Hace unas semanas, me pareció reconocer a mi vecina entrando en una tienda de comestibles. Esperé a que saliera y la seguí. Efectivamente, era ella, pues entró en el portal contiguo al mío y al llegar al ático se encendió la luz de la cocina. Aprovechando que era el 14 de febrero le dejé en el buzón el siguiente texto manuscrito:

 "El beso nunca es singular. El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero". Tu vecino de ático del nº 25.

Y ahora espero a que haya respuesta.

 


 

Estas andanzas de patio me han recordado la famosa película de Alfred Hitchcock: La ventana indiscreta (1954). Curiosamente, el fotógrafo protagonista, Jeff (James Stewart), que estaba escayolado de una pierna, no podía averiguar nada de sus vecinos, pues no hay colgadores. ¿Dónde secaban la ropa, pues? ¿Tendrían secadora en los apartamentos? Lo dudo. Así que la única manera de poder fisgar era mediante el uso de su cámara con teleobjetivo. 

De este filme quisiera, ahora que estamos con el 14 de febrero como asunto, destacar dos escenas. La primera se refiere a un beso fugaz. Si me preguntaran por el beso más hermoso jamás filmado, diría que este sucede en esta obra. Jeff está sólo en su apartamento dormitando y, súbitamente, entra en cuadro el rostro de su novia Lisa (Grace Kelly) y le besa. Es el beso-sorpresa más elegante y delicado visto en pantalla. ¡Y en Technicolor! Para ello el director tuvo que trucar el acercamiento del rostro de Lisa hacia la boca de Jeff, es como si el movimiento fuera el de una mariposa posándose en la rama del Amor.

El segundo apartado se refiere no al visual sino al guion. Se trata de un diálogo entre entre Jeff y su enfermera Stella (magnífica Thema Ritter). Mientras ella le da una masaje en su espalda, tiene la siguiente conversación que me encanta:

Stella: Mire, señor Jeffries, no soy una mujer de estudios, pero puedo decirle una cosa: cuando un hombre y una mujer se gustan el uno al otro se unen así: ¡paf!, como si fuera un choque entre dos trenes, y no se quedan sentados analizándose mutuamente.

Jeff: Hay un modo inteligente de enfocar el matrimonio...

Stella: ¿Inteligente? Nada ha causado tantos problemas a la humanidad como al inteligencia. ¡Matrimonios modernos!

Jeff: Hemos progresado emocionalmente...

Stella: ¡Tonterías! Antes conocías a alguien, te gustaba y te casabas. Ahora se leen muchos libros, se emplean palabras de cuatro sílabas y se psicoanaliza a la otra persona hasta que no se distingue entre una relación amorosa y unas oposiciones al ayuntamiento.

 


 

Supongo que querrán saber cómo acabó lo de mi vecina de ático. Si hubo respuesta o no. Pasaron días sin que en mi buzón apareciese correspondencia alguna. Hasta que un mediodía, a mi regreso del trabajo, y casi sin que tuviera esperanza de nada, hallé un sobre. De lo impaciente que me puse, lo rasgué con ímpetu sin percatarme quién sería el remitente. Me comunicaban que tenía una cita con el cardiólogo, que me tendrían que colocar un holter cardiaco durante 24 horas.

Y aquí me tienen tomándome una tila ante la ventana de mi habitación. En el colgador de mi vecinita, he vuelto a ver no uno sino dos boxers de color negro. ¿Tal vez hayan reanudado la relación?

Cada vez que me pongo La ventana indiscreta y veo el beso de la Kelly a Stewart me acuerdo de aquella gueguería de Gómez de la Serna:

"El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero".

Y así me consuelo.


domingo, 9 de febrero de 2025

Los Goya 2025

Dos por el Goya de uno

La infiltrada y El 47 se llevan ex aequo el Goya a Mejor Película


 

Arantxa Echevarría sorprendida ante el inesperado final ex aequo

 

Este año la 39 edición de los Goya tiene lugar en Granada, la quinta ocasión en que Andalucía acoge este certamen de la "Fiesta del Cine Español".

Y aquí estoy delante del televisor de plasma dándole a la tecla para que mañana mis numerosos lectores que hayan preferido leer un libro, escuchar a Mozart o echar un polvo con su señora sepan lo que ha pasado. Les aviso que la inmensa mayoría perderán, pero harán como si la vida siguiese igual. ¿O no?

Arranque musical: Zoe Bonafonte, Pepe Lorente, Cristalino, Luis Tosar y Daniel Ibáñez salen cantando "Bienvenidos" junto a Amaral. Y ¡cómo no, Miguel Ríos dejando las vendas de momia en el ataúd también hace aparición en el escenario!

Salen las presentadoras: Maribel Verdú y Leonor Watling. La primera de plata, la segunda de blanco satén con arabescos dorados. Hacen las presentaciones de rigor, un poco sosainas. Pero eso hay echárselo en cara a los guionistas. Porque ellas no improvisan. Y cuando lo hacen es del tipo: "¡Vaya nivel, Maribel!".

El Goya a Mejor Actor de Reparto es para Salva Reina por El 47. Hace aspavientos y alza los brazos como si hubiera ganado el Goya. Ah, que lo ha ganado. Bueno, como si no se lo creyera: "Todo es posible en Granada. Te quiero, papá. Es tu cumpleaños". Va con pantalón negro y chaqueta blanca con bordes negros. Está guapo, con ese pelo abundante y un poco canosillo. La pajarilla negra sobre la camisa blanca realza el contraste, como un damero. Le tocan la música porque no calla. "¡Ninguna persona es ilegal!", lanza la primera proclama política de la noche.

Mejor Diseño de Vestuario es para Arantza Ezquerro por La virgen roja, donde el rojo no aparece en toda la película salvo en dos detalles. Viste con falda larga negra y una pieza que parece una bolsa de plástico con esas protuberancias que oímos estallar al apretarlas. Está mona.

Mejores Efectos Especiales va a parar a El 47. Más del 80% de los planos están tratados con digital para recrear la Barcelona de los 70 y que no chirriase mucho con el material de archivo utilizado. El barrio de Torre Baró empieza a sonar esta noche y el catalán también.

El premio a Mejor Canción Original va a Los Almendros cantada en el documental La guitarra flamenca de Yerai Cortés

Mejor Actriz Revelación es para Laura Weissmar, protagonista de Ave María. Habla cinco idiomas pero yo no la entendí en español cuando la proyectaron en la Seminci. Eso sí, el vestido, que no tapaba el sobaco lleno de pelos ni las marcas de tatuaje, tenía su puntito de originalidad. Las pestañas son laaaargas. Y entre un ataque de pánico logra sostener un vestido de tirantes con unos soportes que sobresalen de manera "horror picture show". 

Goya de Honor es para Aitana Sánchez Gijón. Lo presenta y lo entrega Maribel Verdú, porque se conocen desde pequeñas. "Te quiero porque eres luz y talento", comenta Maribel, y se emociona tanto que tiene que hacer una pausa. ¿Demasiada emotividad? Tal vez. "Resistir en la cumbre es verdaderamente un reto. Este no es un Goya de Honor, sino de Amor", clama la Verdú. Vemos en pantalla esos resúmenes de los trabajos de la hermosa Aitana. Y es en estos momentos que sabes que tú, maldito cronista de blog, no has vivido tanto ni lo vivirás. 

El aplauso es largo. Ella con un vestido de escote palabra de honor y de franjas negras y azul lo que sea verticales está hermosísima. El plano general le hace justicia, más que el primer plano. Se lo agradece al presidente de la Academia, Fernando Méndez Leite y "al amor de su vida, Richard Gere", que lo tiene delante. Recuerda a Bigas Luna, ya fallecido, director con el trabajó. Además de con otros 40. Quiere recordar a Patricia Ferreira fallecida, y una de las cuatro mujeres directoras con las que ha trabajado. No deja de faltar el mensajito feminista. Y, cómo no, la consabida retahíla de...

 

Goya de Honor 2025 a Aita Sánchez Gijón, abrazando a Maribel Verdú.


En este preciso instante la llamada de mi aita. Como ustedes comprenderán, cuando una persona añosa te llama no suele ser para nada agradable. No respira bien, taquicardias, que vaya. Uno va con la convicción de que ya no va a seguir en directo la ceremonia. Afortunadamente, la ambulancia con sus dos técnicos de emergencia sanitaria no tardan mucho. Le atienden y le hacen las consabidas preguntas: medicamentos, síntomas, desde cuándo... Le auscultan, le toman pulso y oximetría. Vaya, lo que parecía una crisis de ansiedad (era mi diagnóstico), ahora resulta que, según la ATS, no oxigena bien. Al hospital en ambulancia. ¿A que no esperaban este giro de guion? Esperen hasta el final, hay otro más.

Llego al hospital a las 23:59. Y me dan un tique: F-IGC1. Ahora a esperar a que la dichosa combinación salga por la pantalla para acudir a donde tu aita está: en boxes. ¿Y los Goya? Pues voy mirando el móvil. Uno quiere evadirse de la realidad y volver a Granada, tierra soñada por mí. 

En el trayecto de ida, tras la ambulancia, sintonizo la única emisora de radio que lo retransmite: RNE. Oigo las voces de Yolanda Flores (empalagosa), Elio Castro (¿expulsado de la SER?) y Conxita Casanovas (incombustible) relatando lo que acontece. Ya me he perdido saber que Pepe Lorente ha logrado Mejor Actor Revelación por La estrella azul. Afortunadamente, la que para mí es la mejor película lograría esta noche otro premio más: Mejor Dirección Novel a su director el maño Javier Macipe. Como no la produce RTVE ni Atresmedia Cine ni MediaPro ni El Deseo, pues ajo y agua. Los valores artísticos se los meten entre el fajo de sus billetes.


Pepe Lorente (izq.), Goya al Mejor Actor Revelación junto a Jose Antonio.


Las voces de radio auguran que si la Mejor Dirección de Producción había ido a parar a El 47 era predecible que ahora con el premio a Mejor Dirección Artística fuera también. Fallaron. Fue para el bilbaíno Javier Alvariño por La virgen roja (también lograría otro Goya para el vestuario). Nawja Nimri no estaba nominada, incomprensible.

En la pantalla aparece el F-IGC1. Voy a boxes. Una médico residente me informa de que las constantes están bien. Oxigena al 100%. Puede que la ATS midiera mal la oximetría con el aparatito en el dedo. Me dice que le harán dos pruebas más: electro y rayos X.

Estar en boxes de acompañante es como estar en la silla del Palacio de Congresos de Granada durante tres horas treinta y siete minutos, lo que duró, sin estar nominado. No puedes moverte, salvo para ir al baño o acompañar al paciente. Vienen enfermeras que ponen electrodos y al destapar la sábana exclaman un "vaya": la visión de un conejo enchufado a un pito que quiere solo miccionar. Me dice que no puede orinar, que tiene miedo a hacérselo en la cama. Le comento que compruebe que lo tiene metido en el conejo. Pero no puede porque sus manos están "ocupadas" con sendos instrumentos médicos. La idea de tener que coger el miembro me horroriza. En el box uno se siente solo. Sabes que los facultativos y demás personal sólo harán ciertas actuaciones. En lo demás, tú eres el que tienes que apechugar con tu pariente enfermo. 

Durante este tiempo en el box, me pierdo saber que Almodóvar sólo ha logrado arrancar a los académicos para su obra La habitación de al lado tres cabezones: guion adaptado, fotografía (Edu Grau) y el que va a parar al omnipresente donostiarra Alberto Iglesias por la BSO (lleva 12 cabezones de 19 nominaciones). Abusón.

Nos dan el alta. Le visto a mi aita y, de camino a casa, aliviado y contento porque mi pronóstico médico de crisis de ansiedad era el acertado, vuelvo a sintonizar Radio Nacional de España. Veo que estamos en el final de la ceremonia. Por el camino, se han celebrado los premios a Eduard Fernández (Marco), Carolina Yuste (La infiltrada), la dirección a Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez (Segundo premio), guion original a Eduard Sola (Casa en llamas) y actriz secundaria a Clara Segura (El 47). Como ven todo muy repartido, como los décimos de lotería.

Las voces de RNE me anuncian que llegamos al momento final de la noche. Belén Rueda es la encargada de abrir el sobrecito. Se le oye decir: "Y el Goya a Mejor Película de este año es para... El 47". Y cuando todo parecía ya decantado oigo decir a Conxita Casanovas que parece que hay un nuevo suceso La la land*. Pero no. Por primera vez en 39 ediciones se da el fenómeno de que el premio mayor es ex aequo: la directora bilbaína Arantxa Etxebarria se levanta jubilosa de su asiento porque Belén Rueda lanza un grito, que apenas se le escucha en la retransmisión, de que su La infiltrada ha puesto una pica en Granada junto a la película de Marcel Barrena. 

Ya ven que esta 39 edición nadie se ha ido de vacío. Me atrevería a decir que ha sido el más repartido. Mi amigo E. ya no podrá decir que nadie ha visto esas dos películas ganadoras, pues La infiltrada ha sido vista por más de un millón trescientos mil espectadores y El 47 por más de medio millón. A mí me queda la espinita de que no haya triunfado La estrella azul de Javier Macipe. 

Richard Gere opacó las ausencias con su premio al Goya Internacional. Ahora es uno de los nuestros ya que "España es mi nuevo hogar". Bien mirado, si los académicos no han echado en falta a Pedro Almodóvar (accidente doméstico), Penélope Cruz (gripe), Tilda Swinton, Julianne Moore ni a Karla Sofía Gastón (cancelada por el wokismo y que no pudo recoger el premio a Mejor Película Europa a Emilia Pérez), tampoco a mí delante de la pantalla. Peor habría sido tener que sentir desde esta noche la ausencia de mi aita.


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