El verano grisáceo y la alegre depresión
No crean que pretendo fastidiarles el estío con la
lectura de este artículo. Pero lo que les voy a relatar es auténtico. Un trozo
de vida. Un recorte que bien podría aparecer en la columna de “noticias humanas”
de cualquier periódico si ustedes leyesen periódicos hoy en día. Y si a mí me publicaran.
Hace poco quedé con un buen amigo de la universidad. Omito su nombre por respeto. Gordo –en estos tiempos diríamos con exceso de vida gastronómica acumulada–, casi ciego de un ojo –disminución visual en un 50%–, con madre enferma –no hago bromas–, con contrato fijo discontinuo –más de esto que de lo fijo– y con una novia con algún trastorno, me manifestaba, entre sorbo de café y mirada desfallecida, que estaba deprimido. Sí, deprimido. Lo extraño, pensé, es que no estuviera suicidado.
Como hacen los
amigos, escuchan, asienten y callan… mayormente. Me contaba que al preguntarle
la psiquiatra qué es lo que sentía, mi amigo me revelaba que todo le daba
igual. “La depresión es como ir al cine en verano, a ti que te gusta tanto –me dice
con amago de sonrisa–. Te hallas en la sala a oscuras en la sesión de insomnio,
la de la noche. No hay aire acondicionado. ¿Para qué?, ya no va nadie. Y las pelis de estío
son… Mientras la pantalla está iluminada, te agarrás a la vida. En cambio,
llega el momento de los títulos finales y el apagón. La pantalla está en blanco
pero extrañamente se decolora al color de la viudedad. Tú crees que el
proyeccionista encenderá las luces. Pues no. Hoy todo está automatizado. Algún
fallo se ha producido. Tal vez en tu cabeza. Y ahí estás, mirando el pasillo central
iluminado como si fuera una pista de despegue… a la vida mundana. Y te orientas
para buscar la puerta de salida pero las luces de emergencia, ya sabes cómo
están hoy las salas, no funcionan. Así que palpo las paredes negras, pisando
con cuidado el piso enmoquetado negro y respirando con angustiosa negritud como
si estuviera en un cuadro de Jackson Pollock”. Silencio.
En ese momento rompí su narración por temor a un mayor descenso. Me vino a la cabeza una escena muy apropiada a lo que me contaba que, pensé, le haría reír. Se trataba del personaje Allan Félix. Un matrimonio amigo le presentan a varias chicas pero sin éxito. En un museo aborda a una visitante joven que está contemplando ensimismada un cuadro.
– Es un Jackson Pollock precioso –afirma él.
– Sí, lo es –dice ella con una voz a punto de saltar por el acantilado.
– ¿Qué te sugiere? –se hace el interesado.
– Reafirma la negatividad del universo, el terrible vacío, la soledad de la existencia… la nada, el suplicio del hombre que vive en una eternidad estéril sin Dios como una llama diminuta, que parpadea en un inmenso vacío, sin nada salvo desolación, horror y degradación, que le oprimen en un cosmos negro y absurdo –aquí recité de memoria la frasecita con tono cansino, mortuorio y con aroma a velatorio–.
– ¿Qué haces el sábado por la noche? –verónica de
Allan.
– Suicidarme.
– ¿Y el viernes por la noche? –insiste. Ella se va.
Nos miramos mi amigo y yo. Ni rastro de media sonrisa. Tras una pausa algo incómoda, me dice: “Yo tengo un Jackson Pollock en la habitación”. Mi amigo está deprimido y es verano.
Ah, por cierto, la escena cuyos diálogos me sé de memoria corresponden a Sueños de un seductor (Play It Again, Sam, 1972) de Herbert Ross. Por si se sienten deprimidos. A mí en ocasiones, me funciona.
Buenísimo 😂😂
ResponderEliminar👏👏👏 Me ha encantado, Iñaki. Muchas gracias.
ResponderEliminarJoder, qué bueno! Me ha encantado!
ResponderEliminarLo he leído 3 veces. Engancha👍
ResponderEliminar👏👏👏👏 Muy bueno
ResponderEliminarToma yaaaaa, 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻 has hecho una foto expresiva y detallada d una realidad cada vez mas proxima....a veces tanto, q la vemos en el espejo cada noche. Eso si, ese diálogo, descontextualizado, es casi de Groucho Marx. Buen día ☀️
ResponderEliminarQué interesante….🤔
ResponderEliminarMuy bueno.
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